Hace unos días estuve repasando los post publicados en el blog durante los últimos años con el fin de reorganizar los contenidos.Durante este proceso hubo algo que llamo mi atención en relación con el asunto, siempre presente, de las habilidades de los abogados. Ese algo, que aparecía como denominador común en la mayoría de los temas tratados, no era otro que el asunto de la organización, y más concretamente, la habilidad inexcusable de todo abogado de ser organizado.

Ciertamente, tanto si los posts abordaban expresamente temas de organización como sobre otros aspectos aparentemente ajenos a ella, lo cierto es que – y está fue mi reflexión – toda la actividad vinculada al ejercicio de la abogacía requiere del factor organizacional.

Esta conclusión, que puede resultar muy elemental, debe hacernos reflexionar sobre el papel qué juega la organización en nuestra actividad y muy especialmente como habilidad personal del profesional, sin olvidar lo difícil que es mantener una estabilidad y disciplina en una conducta verdaderamente organizada.

En cuanto al primer punto, ser organizado va a afectar directamente a áreas como la gestión del tiempo, la adecuada planificación, la organización de archivos, todos los aspectos relativos a la preparación de actos judiciales (audiencias, juicios, declaraciones, etc…), las finanzas, y, cómo no, a nuestra productividad, pues si entre los frutos de ser organizado destaca alguno, este es la mayor eficacia y productividad de nuestra actuación. Efectivamente, ¿Podemos imaginar a un abogado que no sepa gestionar y organizar su tiempo? ¿Y a un abogado que no planifique sus visitas, reuniones o, en general, agenda diaria de trabajo? ¿Existirá algún abogado que no repase puntualmente las providencias y resoluciones que acaban diariamente en su mesa? ¿Cómo podrá trabajar un abogado que no sigue ningún criterio de organización para preparar los juicios? ¿Y qué decir de los presupuestos y minutas? ¡Pobre abogado el que se relaje en la minutación y cobro de sus honorarios! Sinceramente, creo que a través de estas preguntas, y sin necesidad de mostrar respuesta alguna, queda clarificada la importancia de la organización en nuestra vida profesional.

Pero quizás, más interesante, si cabe, es el hecho cierto que a veces por circunstancias muy diversas (problemas personales, complejidad de algún asunto que estamos llevando, falta de adopción de medidas organizativas, o incluso una fase de desánimo puntual) nuestra conducta de organización se relaja y vemos como poco a poco, sin prisa pero sin pausa, todo se empieza a complicar convirtiéndonos en víctimas de nuestra propia falta de atención.

Es precisamente en este punto, que he experimentado en más de una ocasión, es donde hay que parar, templar y centrar nuestra atención, sea el estado en el que nos encontremos, con el fin de reflexionar y poner coto inmediatamente a la falta de concentración, creatividad y productividad que se produce en estos momentos.

Por tanto, el abogado no puede permitir dejarse llevar por el caos al que conduce la desorganización, de consecuencias a veces fatales para nuestra profesión; el abogado tiene que superarse, sean las circunstancias que sean, y arbitrar las medidas necesarias para que la organización se mantenga. No hay que complicarse mucho la vida, bastará con delegar, organizar nuestra mesa, repasar algunos documentos, contestar el correo, revisar la agenda o incluso cambiar el mobiliario de sitio; de lo que se trata en estos casos es recuperar la ilusión y la energía sabiendo que todo está de nuevo bajo nuestro control…

No hay otra opción, el abogado tiene que ser organizado. En la medida en que vaya perdiendo esa cualidad o no acceda a la misma, será menos abogado. Es más, pienso que, aunque podamos considerarnos algo desorganizados, poco disciplinados y escasamente autoexigentes en otros aspectos de la vida, el abogado debe hacer todo lo posible por autoformarse en competencias y habilidades relacionadas con la organización. De hacerlo, conseguiremos ser más imaginativos, productivos, centrados en lo importante, dispondremos de más tiempo para nosotros y nuestra familia, podremos asumir nuevas responsabilidades y retos, y, con total seguridad, nos sentiremos más felices y satisfechos.