El abogado español siempre ha mantenido con los honorarios profesionales una relación amor-odio; amor, pues como justa retribución a los servicios, aquellos han contribuido al sostenimiento y crecimiento de sus despachos y a la satisfacción del profesional, y odio, pues a pesar de su insoslayable necesidad, los abogados han considerado el precio de sus servicios como una cuestión tabú, que se ha pretendido obviar por las más variadas razones entre las que podemos destacar la falta de autoestima del profesional, la carencia de habilidades para afrontar la materia de “pedir los honorarios” adecuadamente, un falso dolor empático que impide causar más daño al cliente (ya de por sí afectado), la falta de tiempo para dedicarse a estos aspectos y el temor a perder al cliente al comienzo de la relación, entre otras.

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