«El abogado que habla tiene la sensación casi acústica de los momentos en que su palabra llega a convencer al juez, y de aquellos en que lo deja en duda y hasta le molesta. Es como un fenómeno de resonancia: a veces se siente que los argumentos que salen de la boca del abogado están al unísono con la disposición del juez y le hacen vibrar; otras, su voz resuena falsa y sin eco, como aislada en el vacío. Y cuando más fuerza el abogado el tono, tratando de superar lo molesto de este aislamiento, tanto más se le hace imposible ponerse a tono con quien lo escucha».

Al leer este pensamiento de la obra de Calamandrei “Elogio de los jueces escrito por un abogado”, me llamó la atención la referencia a esa sensación que se produce cuando al informar la voz resuena falsa y sin eco, como aislada en el vacío, sensación que he vivido en alguna otra ocasión en la que, a pesar de mis esfuerzos, percibía como mi mensaje caía en saco roto. Esta situación, ejemplificada en la fase de informe, también la he vivido durante los interrogatorios de partes, testigos o peritos.

A la vista de esta experiencia nada infrecuente, me he animado a escribir este post a fin de exponer mi opinión sobre lo que los abogados debemos hacer ante tales circunstancias.

Ciertamente, una de las cuestiones que me han llamado más la atención de la intervención del abogado en juicio es esa sensación que sentimos cuando percibimos que, por la circunstancia que sea, nuestra actuación no está siendo recibida favorablemente por el juez, lo que se percibe claramente durante las fases de interrogatorio y de informe oral. Y digo percibir, pues no se trata de constatar algo que se observa claramente, sino más bien detectar a través de un “sexto sentido” que nuestras preguntas, alegaciones o línea estratégica no están recibiendo el necesario interés o atención por el juez; igualmente, en estas circunstancias solemos percibir que la intervención del letrado adverso es acogida más positivamente que la nuestra. Ojo, no digo con ello que el juez esté faltándonos el respeto o la consideración debida, sino que transmite un escaso interés por nuestra línea de defensa, y eso, lo notamos.

Como elementos que conducen a dicha percepción se encuentra el tono con el que se dirige a nosotros el juez durante diversas fases del juicio; otras veces será alguna llamada de atención durante el interrogatorio o informe oral, y la mayoría de las ocasiones será un lenguaje no verbal claramente indiferente u hostil hacía nuestra intervención. Las causas de tal proceder nos son desconocidas, pero podemos aventurarnos en pensar en razones que van desde discrepancias claras con nuestro planteamiento, hasta que le haya caído mal la forma en la que estamos ejecutando nuestro rol (a la hora de interrogar o informar), todo ello sin olvidar otras razones que se escapan de nuestro juicio y que entran en los condicionantes más íntimos del juez.

Ciertamente, este escenario es muy desagradable, pues a pesar de tener el caso preparado y estudiado, las sensaciones comienzan a condicionar nuestra actuación y, en ocasiones, renunciamos a ser más enérgicos, osados o proactivos en nuestro rol de abogado. A modo de ejemplo, puede darse la circunstancia que ante la actitud del juez decidamos reducir o concluir nuestro interrogatorio o informe oral cuando queda todavía mucho por hacer… Y todo esto ocurre por una única razón: perdemos la fe en lo que hacemos como consecuencia de una merma de confianza.

En estos casos, considero que el letrado debe evitar caer en dicho desánimo, pues por encima de cualquier impresión, por muy desagradable que sea, se encuentra el derecho a la defensa que estamos ejerciendo y que nos debe servir de guía durante toda nuestra intervención so pena de causar un enorme perjuicio a nuestro patrocinado. Igualmente, no hemos de olvidar que toda defensa, para ser lo más efectiva posible, requiere de las virtudes de la serenidad y calma, las cuales pueden verse notablemente alteradas si nos ponemos nerviosos. Finalmente, hemos de tener en cuenta que, generalmente, cuando actuamos en juicio, suelen quedar otras instancias por recorrer, por lo que teniendo en cuenta los sistemas de grabación, habrá otros ojos y oídos expertos que podrán examinar nuestra intervención y evaluar el resultado de la misma, quizás de una forma más afín a nuestra línea de defensa.

Ahora bien, cuestión distinta es que dicha sensación no sea tal, sino que nos encontramos ante una situación en la que el juez nos está transmitiendo de forma expresa su disconformidad con nuestra actuación de forma reiterada, lo cual puede deberse a razones más bien relacionadas con errores vinculados a nuestro proceder durante el acto judicial (preguntas incorrectas, reiteración de preguntas, agresividad con testigos, informe oral deficiente, etc.), por lo que en tales casos se impone corregir nuestra intervención y adaptarla a las exigencias so pena de una merma de nuestra defensa.

En todo caso, y este es mi consejo, si percibimos algo en el sentido señalado, hay que reunir fuerzas de flaqueza y proseguir cumpliendo con nuestra función, no tirando la toalla jamás, pues no solo tu cliente no te lo perdonaría, sino que pasados los años serás tú el que no te lo perdonarás.