Hace un par de años, publiqué un post en el que narraba la experiencia de un compañero que había sido advertido por otro sobre el riesgo de no cobrar sus honorarios caso aceptar el encargo de un cliente (a la sazón, anterior cliente de quien aconsejaba), resultando finalmente que, desoyéndose el consejo,  se cumplió la profecía y el avisado quedó escarmentado.

Dicho esto, hace un par de semanas, en el despacho vivimos una situación parecida, si bien, esta vez,  el aviso del abogado que nos precedía nos permitió tratar con el cliente el tema de los honorarios como condicionante para aceptar el encargo. Al final, el potencial cliente desistió y se marchó con el asunto en busca de otras tierras, lo que seguramente nos habrá ahorrado muchas preocupaciones.

Sabedor de que ya había escrito sobre este asunto, he recuperado el post, pues para los que en su día lo leyeron, bien les vendrá una nueva ojeada, y para aquellos que no, que aprovechen de las enseñanzas que nos dio nuestro compañero, el avisado y escarmentado Antonio, protagonista del relato.

“La semana pasada, en la puerta de una sala de vistas, me encontré a Antonio, un compañero que no veía desde hacía años, y charlando sobre los clientes (algo muy recurrente entre abogados) me ilustró con detalle sobre una experiencia que acaba de “padecer” con uno de ellos, lamentándose de lo ingenuo que había sido cuando, un año atrás, no escucho a otro letrado que ya le avisó sobre el riesgo que corría de no cobrar sus honorarios con ese cliente.

Al parecer, el cliente se presentó en su despacho hace cosa de un año, indicándole que deseaba que se hiciera cargo de sus asuntos, pues había concluido la relación con su anterior abogado, lo cual justificaba por no sentirse adecuadamente defendido.

Una vez contactó con el letrado a efectos de solicitar la venia, se citó con éste en su despacho, donde repasaron los asuntos y las medidas urgentes a adoptar en alguno de los mismos. El compañero saliente le dijo a nuestro abogado, con cierto despecho, que la razón de la terminación de la relación no había sido causada por su estilo de defensa, sino porque el cliente no pagaba desde hace meses sus honorarios y él, es decir, el propio abogado,  había decidido dar por terminada la relación profesional. Y para concluir, le dijo literalmente lo siguiente: “Ten cuidado, que este cliente tampoco pagará tu minuta”

Antonio, agradeció el consejo, pero en su fuero interno pensó “si claro, lo que pasa es que has perdido al cliente y estás irritado. Ya me ocuparé yo de que me pague”

Lo cierto es que, tras unos meses de pago puntual de la iguala e incremento desproporcionado del numero de asuntos encargados, el cliente dejó de pagar la misma y pasaron hasta siete meses de audiencias previas, juicios, asistencia a declaraciones de imputados, testigos, redacción de contratos, estatutos sociales, etc… sin que Antonio viera un solo euro.

Al final, paso lo que tenía que pasar y nuestro abogado, desesperado y harto de trabajar y no cobrar, y, lo que es peor, exponiendo su responsabilidad  profesional en un elevado número de procedimientos, decidió cortar con el cliente, muy amablemente, eso sí, pero dando por terminada la relación.

Lo curioso del asunto, es que al cabo de los tres días de anunciarle la terminación, el cliente se presentó a retirar sus asuntos acompañado de un nuevo abogado, al que Antonio cumplimentó concediéndole la venia. Al día siguiente, decidido a sacarse la espinita que tenía dentro (y continuar con la tradición iniciada por el primer letrado), Antonio contactó por teléfono con el abogado entrante, y le dijo: “No sé lo que te habrá contado el cliente para justificar el cambio de letrado, pero voy a darte un consejo: Ten cuidado, que este cliente tampoco pagará tu minuta”

Creo que a la vista del relato anterior poco hemos de añadir, salvo precisar que esta experiencia la hemos vivido muchos letrados, y a veces no escarmentamos, pues un cliente es un cliente, y siempre se piensa que quizás nuestro estilo personal y profesional va a hacer que aquel se sienta mejor y que va a estar encantado de pagarnos.

Nada más lejos de la realidad, pues cuando un cliente viene “rebotado” de otro despacho por cuestiones de honorarios,  es más que probable (aunque lógicamente hay excepciones) que vuelva a caer en la misma conducta. Desconozco la razón de tal proceder, pero lo cierto es que la experiencia nos informa que esto es lo habitual. Por ello, los abogados hemos de ser precavidos, y cuando recibamos a un cliente de esta naturaleza, y tras sopesarlo decidamos aceptarlo, tendremos que adoptar desde el principio las medidas que nos permitan que el cliente tenga muy, pero que muy claro, que el pago de los honorarios va a ser determinante para la estabilidad de la relación.

Para ello, dispondremos de la inestimable ayuda de la hoja de encargo, en la que podremos establecer las estipulaciones que garanticen el pago puntual y las consecuencias del impago de los mismos, sin olvidar la importancia de ser asertivo y transmitir con claridad al cliente la importancia que para nuestro despacho tienen nuestros honorarios.

Ya lo dijo Juan Valera: “De los escarmentados nacen los avisados”