Los abogados, especialmente los más jóvenes, saben lo que es asesorar a familiares. Cuando empiezas a ejercer, como si de un imán se tratara, nos llegan casos de nuestros parientes y, ¡no cabe otra!, nos vemos obligados a satisfacer sus demandas a base de consejos y alguna que otra gestión puntual. Ello es natural, pues cuando alguien tiene un problema que requiere una solución legal, es lógico otear el horizonte y aferrarnos a lo más cercano, es decir, a la familia, que es lo mismo que ocurre cuando estas aquejado de alguna dolencia y llamas a tu cuñado Pedro que es médico o si te duele la espalda a tu primo Raúl el fisioterapeuta.

Hasta ahí todo es normal; sin embargo, en ocasiones el encargo que nos llega reviste cierta gravedad e importancia y, además, quien nos provee del mismo es un familiar muy cercano (padres, hermanos o hijos)

En tal caso, ¿qué debemos hacer?

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