El presente post fue publicado hace más de un año bajo el título YO NO SOY ABOGADO, PERO TE VOY A DAR UN CONSEJO, siendo el post más seguido y votado de los publicados hasta ahora. Por ello, con el fin de que los nuevos seguidores puedan conocerlo, aprovecho la ocasión para publicarlo de nuevo en un formato más reducido y bajo un nuevo título que resume el espíritu de su contenido. Espero que lo disfrutéis:

Todos los abogados hemos sido alguna vez víctimas indefensas de esta epidemia incontrolada que vengo llamándoles «abogados de barra». Con este término trato de denominar a aquellos sujetos que, sin tener vinculación alguna con el mundo del derecho, hacen de abogados, normalmente al calor de la barra de un bar, aconsejando a otros sobre aspectos legales del caso que ya está siendo atendido por un abogado de verdad. Si bien vamos hablar del género legal, estos profesionales del consejo lego también afectan a otros sectores. Si no, que le pregunten a los médicos, arquitectos y otros profesionales.

Los abogados de barra, aunque no lo parezca, han jugado y juegan un papel relevante en las relaciones entre abogado y cliente. Ello es así, dado que con sus sugerencias, indicaciones e insinuaciones logran minar la confianza que preside nuestra relación con el cliente, hasta el punto de que, como no corrijamos la situación a tiempo, podemos hasta perderlo.

¿Cuánto dices que te lleva? ¿Un 20 %?… Pero si el hijo de la Juana cobra un 5 %…

Y abogados de barra siempre han existido. Fray Antonio de Guevara, ya en la época de los descubrimientos, nos decía «aconsejar es un oficio tan común que lo usan muchos y lo saben hacer muy pocos». Más tarde La Rochefoucauld nos avisaba «Nada se da con tanta liberalidad como los consejos»; siglos después, Pio Baroja, en El Tablado del Arlequín, uno de sus personajes afirma «En España, todo el mundo es abogado mientras no se demuestre lo contrario». ¡Qué gran verdad! Los españoles solemos tomarnos con mucha ligereza eso de aconsejar, y cuando están en juego cuestiones jurídicas en las que el patrimonio, el honor o la libertad de alguien está en juego, el consejo se da sin ser solicitado, pues todos queremos ayudar, olvidando que como decía el insigne Lope, «los consejos no pedidos son desaciertos pesados».

El problema es que, curiosamente, la ayuda o consejo de estos individuos suele ser siempre contraria a la labor que está desarrollando el abogado. Por ejemplo, cuando entramos en el campo de lo que puede lograr el abogado con su intervención, siempre aparece la analogía con otros casos frecuentemente fantaseados por el letrado fingido:

«¿Cuánto? ¿Dos mil euros le van a dar a tu hijo? Pero si a Ramón le rompieron un dedo del pie y le han dado diez mil euros. Digo yo, que por la pierna entera darán más…».

Y así, se va sembrando la duda en el cliente, que a las primeras de cambio te lo suelta, con más o menos claridad, generándose así una incómoda situación nada agradable para el abogado, situación que alcanza cotas hilarantes cuando el cliente, motivado por el otro, te da un auténtico consejo legal.

«Y porque no alegamos eso de la usucapión, yo llevo más de veinte años ocupando la finca en paz…».

En otras ocasiones, este personajillo llega más lejos y desliza peligrosas insinuaciones que pueden dar al traste con la relación:

«Ándate con ojo, que tu abogado se ha puesto de acuerdo con el otro».

«Llámalo, porque ese ha cobrado ya la indemnización…».

Desgraciadamente, estas conductas no podemos evitarlas, pues ya es bastante con la intensidad emocional que soportamos en la relación con el cliente como para encima ponerle un guardaespaldas. Sin embargo, sí que podemos hacer algo cuando tengamos la leve sospecha de que el cliente viene mediatizado y condicionado por el consejo de este individuo. En estos casos hay que ser claro y directo y entrar a fondo, con absoluta seriedad y gravedad, dejando sentada nuestra autoridad en la materia en cuestión, y advirtiéndole que no vamos a entrar en tal o cual discusión provocada por ese tercero. Nada de darle importancia al argumento traído del bar, pero sí al hecho de la intromisión, dejando sentado que la relación está basada en la confianza y que si el cliente duda de nuestra intervención no podremos continuar con el asunto.

No permitamos que los abogados de barra ensucien nuestro trabajo