Imaginaros a una abogada en su despacho, cobijada por una tenue luz que se disipa entre documentos, libros y revistas con los que está preparando el juicio señalado para el día siguiente. Su rostro refleja tranquilidad y concentración absoluta; no hay nadie en el despacho, razón por la que se ha quedado más tarde, evitando así el alboroto diario que, en otro caso, la distraería.

Ahora, dejamos a la abogada seguir con su preparación y pensaremos en la respuesta a la siguiente pregunta ¿Le basta a nuestra compañera con su capacidad de reflexión, análisis y raciocinio para llevar a cabo la labor que está realizando?

Ahora situada en otro escenario, el de las inmediaciones de una sala de vistas, la encontramos calmando su cliente, quien va a declarar como parte, pues se encuentra algo nervioso; más tarde, la observamos sentada en el estrado y recibiendo una advertencia del juez debido a la forma en la que está realizando las preguntas durante el interrogatorio. Su rostro refleja indignación ante una llamada de atención que considera injusta; finalmente, la vemos al salir del juzgado, algo excitada, dando explicaciones a su cliente, que no comprende, y por eso le preocupa la actitud del juez durante el juicio y las repercusiones que ello pueda tener en su asunto.

Nuevamente, nos planteamos la respuesta a la siguiente pregunta ¿Le basta a nuestra compañera con su capacidad de reflexión, análisis y raciocinio para llevar a con éxito cabo su labor en sala?

A la primera cuestión, es lógico responder que si, pues ciertamente, en la calma del despacho la capacidad intelectual de la abogada es suficiente para prepararse adecuadamente para el juicio. Sin embargo, en el segundo escenario, la respuesta se antoja negativa, pues es muy difícil gestionar estas situaciones sin considerar a  un componente que asoma en todas ellas: la emoción.

Efectivamente, la profesión de abogado es una de las actividades en las que las emociones están más presentes. De ello no cabe duda, pues la relación del abogado con su cliente, impregnada de pasión y condicionado por un problema que le afecta seriamente es un manantial de emociones; las relaciones con los compañeros de profesión, especialmente los “adversarios”, quienes introducen constantemente el factor emocional en sus formas de comunicación o comportamiento; las conductas, comportamientos y reacciones de los jueces cuando interactúan con nosotros; el propio liderazgo que el abogado desempeña con sus colegas y colaboradores en su despacho,…, todas, constituyen interacciones en las que la emoción juega un papel esencial.

Por ello, los abogados estamos inevitablemente obligados a aprender técnicas que nos permitan gestionar correctamente nuestras emociones, pues si durante dichas interacciones las gestionan adecuadamente acorde con sus objetivos profesionales, serán más propensos a alcanzar el éxito, entendiéndose éste como el logro y crecimiento profesional.

Para ello, los abogados contamos con las técnicas para extraer y desarrollar nuestra inteligencia emocional, que, siguiendo a Daniel Goleman, podemos definirla comola capacidad de reconocer, aceptar y canalizar nuestras emociones para dirigir nuestras conductas a objetivos deseados, lograrlo y compartirlo con los demás.Por lo tanto, de lo que se trata con la inteligencia emocional es de disponer dehabilidades que nos permitan reconocer, comprender, emplear y gestionar las emociones tanto para resolver problemas como para regular nuestro comportamiento, lo que se consigue a través del trabajo personal en cuatro áreas que, siguiendo diversas investigaciones del campo de la neurociencia y de la psicología, incrementarán no solo nuestras funciones intelectuales, sino que darán acceso otras habilidades de notable importancia.

Destacamos dichas áreas:

Conciencia de uno mismo: Capacidad del individuo de comprensión de las emociones, los puntos fuertes, las debilidades, las necesidades y los impulsos de uno mismo.

Autoregulación: Capacidad de controlar y canalizar de forma útil las emociones, los puntos fuertes, las debilidades, las necesidades y los impulsos de uno mismo.

Empatía: Capacidad de sentir o percibir lo que otra persona sentiría si estuviera en la misma situación vivida por esa persona, es decir, es una capacidad que nos ayuda a comprender los sentimientos de los otros, facilitando también la comprensión de los motivos de su comportamiento

 Habilidades interpersonales: Facultad que tenemos de gestionar las relaciones con los demás, con la particularidad de dirigirse a la obtención de un objetivo determinado, precisamente porque quienes ostentan esta capacidad (generalmente personas muy empáticas) son conscientes de que para lograr ese objetivo no pueden conseguirlo de forma individual.

Creo por tanto, que en la medida en que vayamos familiarizándonos con la inteligencia emocional, mejoraremos exponencialmente tanto en nuestra vida doméstica como profesional y, además, humanizaremos nuestra actividad.

¿Alguien da más?

Para concluir, y por si queréis comenzar a introduciros e esta materia os dejo varios enlaces de posts en los que he tratado el tema con más detalle:

https://oscarleon.es/inteligencia-emocional-y-abogados-cuando-las-emociones-suman/

https://oscarleon.es/el-autocontrol-segundo-pilar-de-la-inteligencia-emocional-del-abogado/

https://oscarleon.es/los-cuatro-pilares-de-la-inteligencia-emocional-del-abogado-la-autoconciencia/

https://oscarleon.es/seamos-mas-empaticos-seamos-mejores-abogados/

https://oscarleon.es/al-abogado-le-erosionan-las-emociones/