Decía don Ángel Ossorio que el abogado por su propia naturaleza es un escritor y un orador; si no lo es, será un jornalero del derecho pero no un verdadero defensor de la sociedad y de la justicia. Preciosa frase relacionada con el estilo que debe emplear el abogado al comunicarse, y cuyo significado vamos hoy a tratar de desentrañar en nuestro post.

Para ello comenzaremos por definir el estilo forense como el aire, modo o el carácter que identifica o personaliza al orador por la forma en la que usa el lenguaje en el foro. No existen dos abogados que empleen el mismo estilo, pues este concepto va íntimamente asociado a múltiples factores que comprenden nuestra cultura, sociedad, formación y hasta nuestra experiencia vital. Como dijo Séneca,  “el estilo es el rostro del alma: tal es el estilo de los hombres como su vida”. Por lo tanto, como señala MAJADA  citando a CAPMANY: es sumamente difícil separar el estilo de los sentimientos. No es de admirar- continúa el autor – que estas dos cosas estén tan íntimamente unidas, porque no es otra cosa el estilo que aquella suerte de expresión que con más facilidad toman nuestros pensamientos.

Y ello queda además plenamente condicionado por la funcionalidad del lenguaje forense, ya que la prosa del lenguaje jurídico va dirigida a la finalidad persuasiva, la cual se alcanza partiendo de una ley general y una doctrina abstracta que se materializan en el caso concreto que defiende el abogado, en el que lo particular y lo concreto exigen un estilo diferente y muy particular.

De este modo, partiendo de la finalidad persuasiva del discurso forense, qué duda cabe que el estilo del abogado gozará de un carácter personal en el que la creatividad constituirá un elemento esencial, creatividad que estará asociada a la estética y a la belleza en la expresión, pues enriquecer y embellecer el alegato, darle color y brillo, hacerlo en suma atractivo a través del uso del lenguaje predispone al auditorio a la aceptación de los argumentos. Un orador que se exprese con oscuridad y complejidad será superado, al menos en interés y atención, por otro que hable con claridad, precisión y riqueza sintáctica y semántica y con emoción. Y que conste, que no estamos hablando de ornato, pompa o grandilocuencia en la expresión, sino en trabajo de fino artesano, que sabedor de la importancia que tiene la recepción del mensaje, procurará perfeccionarlo hasta hacerlo bello y atractivo, dándole vida con la emoción que solo puede darle el orador a través de la palabra.

Para ilustrar mejor el concepto de estilo forense, nadie mejor que don Ángel Ossorio, quien en El Alma de La Toga, realiza una bellísima exposición, en la que demuestra, con un lenguaje hermoso y emotivo, las razones por las que el abogado requiere del estilo forense. A continuación, tomaremos prestadas sus palabras para expresar el concepto.

Así, en el abogado hay tres tipos de escritores (perfectamente aplicable a los oradores) en uno: el historiador, el novelista y el dialéctico.

1º.- Hay en el abogado ante todo un historiador porque la primera tarea del abogado es narrar hechos -de narrarlos bien a narrarlos mal hay un gran trecho. Narrar no es fácil – afirma – , hay que exponer lo preciso, sin complicaciones, hay que usar las palabras adecuadas y diáfanas.

2º.-  Después viene el novelista de ahí que la narración no será completa ni alcanzará eficacia, si en los momentos oportunos no va acompañada de unas pinceladas que destaquen el tipo o acentúen el hecho. Si atacamos a un usurero avariento, no nos debemos limitar a explicar el contrato abusivo hecho en su beneficio, será conveniente que saquemos a la luz sus antecedentes y sus modos para hacerlo antipático al tribunal. Si estamos refiriéndonos a un muerto por accidente, no será lo mismo que el muerto sea un soltero de quien nadie depende o que sea un padre de familia con una prole, etc…

3º.-  Finalmente, el dialéctico: cuando el abogado pasa de la narración del caso al razonamiento jurídico, sus modos literarios han de cambiar en lo absoluto; ya no se trata de explicar una historia ni destacar a sus actores, sino de afrontar una tesis, de interpretar una ley, de defender una solución y ésta es patrimonio de la lógica discursiva. Hay que plantear el problema de modo escueto y tajante para encuadrar la atención del juzgador y poner cuadrículas a su pensamiento.

Por lo tanto, el orador forense será historiador, novelista y dialéctico.

Para completar esta idea, citamos a LAMIADO  quien señala que “el abogado debe ser un artista, quizás no lo sea desde su nacimiento, pero ha de prepararse hasta lograr perfeccionar el arte de la escritura y la oratoria. Aparte de esto también necesita adecuar sus capacidades como narrador, historiador, novelista, psicólogo, dramaturgo”

En conclusión, el abogado, lejos de ser un jornalero del derecho, es algo más.