Si la juventud es un defecto, es un defecto del que nos curamos pronto. James Russel Lowell

La semana pasada decidí bajar al sótano de casa de mis padres con el singular propósito de buscar unos viejos discos de vinilo, y he aquí que, casualmente reparé en mis archivos que contenían los expedientes de los primeros años de mi ejercicio profesional. Picado por la curiosidad, comencé a ojear mis expedientes al punto en que encontré la carpeta de mi primer juicio, un robo con fuerza en las cosas por la sustracción de un radiocasete del interior de un vehículo (todo un clásico de la época)

Con el expediente en mano, y repasando las cuartillas que formaban la abundante información que aquel joven abogado había preparado para esbozar una defensa casi utópica, rememoré aquel temor y cautela, fruto de mi inexperiencia, reflejada en una delicada preparación; ley, doctrina y jurisprudencia, perfectamente organizada, construían una tesis argumentativa del caso más que digna y solvente; notas al detalle de varias reuniones con el cliente (incluso un par de pases de visitas al centro penitenciario); aquellos interrogatorios, modélicos, bien redactados y ensamblados, cubriendo cada detalle, cada cuestión que pudiera plantearse, y ese arrugado y hoy vetusto informe oral, viajero infatigable que, plegado en mi bolsillo,  me hizo compañía y con el que solía cortejar a los espejos de mi casa … Luego vendrían los días que preceden al juicio, muestra de ansiedad y verdadero temor escénico cuyo apogeo se marca en la noche previa al juicio en la que no dormí o, si lo hice ni me enteré. La vista, con el obligado y cortés saludo al juez, mezcla de humildad bien entendida y orgullo, salutación que, para mi patrocinado se tornó en mal augurio y vaticinio anticipado, se desarrolló con plena atención a la topografía humana de la sala, a quienes que me dirigí con respeto en la figura del juez, consideración a la del fiscal y educación y paciencia a los testigos; los interrogatorios bien practicados y un informe final, evidencia de una laboriosidad y entrega que me recordaba el no muy lejano estudio y exposición oral durante el examen de alguna asignatura en la Universidad.

Tras varios minutos de ensoñación, cerré el expediente y lo volví a alojar en su gastada caja de cartón, no sin antes reflexionar sobre una idea que hoy me permito transmitiros: La laboriosidad, la humildad, la pasión y el interés que presiden las primeras intervenciones de los abogados en sala debe constituir piedra inexcusable de toque para quienes vamos ganando experiencia, pues hoy en día, aquellos profesionales que siguen actuando en esta línea son queridos y respetados en nuestro universo legal formado por los jueces, fiscales y abogados, pues, como no podría ser de otra forma, del mantenimiento y la perseverancia en las anteriores virtudes solo se puede esperar lo mejor.

No lo olvidemos, en todos nosotros vive ese joven abogado de los primeros años, verdadero maestro y fiel imagen del buen hacer. No lo olvidemos, insisto, pues aun careciendo de experiencia, su pasión, estudio y preparación continúan siendo modelo y paradigma para aquellos que el paso de los años, nos aleja, imperceptiblemente y sin querer, de ser mejores abogados.

¿Y qué pasó con el juicio?

Pues creo que, a pesar del fallo, gané…