La pasada semana charlaba sobre la profesión con mi compañero Jose Manuel Valdayo cuando salió el tema de la imagen agresiva que algunos ciudadanos tienen de los abogados, a los que se considera unos profesionales que para que te defiendan bien tienen que identificarse plenamente con su cliente desde la perspectiva emocional, es decir, mostrar una actitud agresiva hacía el contrario y su abogado, y, por supuesto, gritar más alto y más fuerte, dentro y fuera de las salas judiciales. De esta guisa, el abogado se transforma en algo parecido a un animal potencialmente peligroso, como un pit-bull, cuyo mérito (el del abogado) radica en dar seguridad a su cliente y enseñar los colmillos amedrantando al contrario.

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