Los abogados desarrollamos una actividad que nos exige un continuo crecimiento profesional al amparo de una práctica que nos va enseñando, sin prisa pero sin pausa, las reglas y usos que nos permitirán actuar cada vez con mayor eficacia en las labores de asesoramiento, mediación y defensa que tenemos encomendadas. Debido a esa necesidad de mejora continua, el abogado se encuentra inexcusablemente vinculado a la fijación y cumplimiento de tiempos y resultados, o lo que es lo mismo, de objetivos que se enmarcarán en su estrategia profesional.

Precisamente por ello, los abogados necesitan implementar en su actividad diaria un hábito fundamental para su eficacia, cual es el control de resultados o autoevaluación, método que consiste en realizar uno mismo una valoración periódica para conocer los avances y las desviaciones respecto de los objetivos que nos hemos propuesto y así comprobar cómo nos acercamos o alejamos de los mismos, facilitando con ello la adopción de medidas necesarias para coadyuvar a su logro.

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