Cuando el cliente accede al abogado suele hacerlo acuciado por un problema que afecta a su vida, patrimonio, reputación, etc., soportando una importante carga emocional, lo que supone que a pesar de que el abogado será quien se encargue de poner los medios legales para satisfacer sus intereses, el cliente estará predispuesto, consciente o inconscientemente, a participar activamente con la tarea del profesional para alcanzar esta solución.

En principio, este deseo de contribuir a la solución de su problema junto a su abogado es lógico y humano. Ahora bien, en ocasiones, y muy especialmente en los primeros pasos de nuestro ejercicio profesional, los abogados impelidos por el carácter, impulsividad e incluso importancia del cliente, y aun sabedores del error de perspectiva del mismo, aceptan sin discusión el criterio de éste y adaptan su defensa y práctica al mismo

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