El abogado de laboratorio es aquel que dedica la mayor parte de su actividad profesional al ejercicio de la abogacía desde su despacho profesional. Rodeado de sus probetas, matraces y tubos de ensayo (expedientes, libros, programas y  software) disfruta enormemente estudiando y resolviendo asuntos desde la seguridad y calidez que le ofrecen las cuatro paredes de su despacho. Quitarse la figurada bata blanca y salir al exterior para asistir a juicio o resolver alguna diligencia se antoja un verdadero tormento para este profesional, pues la calle es un escenario poco atrayente y demasiado complejo[1][2].

Si bien la anterior definición puede resultar inicialmente negativa, hemos de tener en consideración que hay dos clases de abogado de laboratorio: en primer lugar el que consciente y voluntariamente adquiere esta cualidad temporalmente, bien por la necesidad de trabajar concentrado durante determinadas fases, bien por necesitarlo tras un periodo de mucha actividad, pero que en ningún caso renuncia a la salida al exterior y, en segundo lugar, el que se siente abogado de laboratorio perpetuo, y con igual consciencia y voluntariedad se apega a su torre de cristal evitando en la medida de lo posible cualquier contacto con el exterior.

Visto el concepto y su clasificación, qué duda cabe que, con la mano en el corazón, hemos de reconocer que en más de una ocasión nos hemos sentido abogados de laboratorio, aunque fuera por un corto espacio de tiempo, lo cual, insisto, no es contraproducente, excepto que la tendencia circunstancial se convierta en costumbre y ésta en hábito. De hecho, para qué lo vamos a negar, durante esos periodos asociados a la concentración y tranquilidad, el abogado disfruta enormemente.

Y, podemos preguntarnos, ¿Por qué es perjudicial ser un abogado de laboratorio perpetuo?

En primer lugar, cuando salimos del despacho y dedicamos una parte importante de nuestra profesión a interactuar con las personas que  guardan una relación con nuestra actividad como son los abogados, clientes, personal de la oficina judicial, notarios, registradores, funcionarios, etc., realizamos contactos que nos permitirán obtener numerosos beneficios:

– Dispondremos de información de primera mano, actual y fiable, sobre asuntos de nuestro interés, lo que facilitará una adecuada toma de decisiones.

– No perderemos la perspectiva profesional de lo que «se cuece» en la calle.

– Nuestro liderazgo se verá reforzado ante nuestros compañeros y empleados, ya que éste no se limitará al conocimiento teórico, sino también al práctico, es decir, sabremos cómo funcionan las cosas ahí fuera tanto o mejor que ellos.

– No sólo fidelizaremos a nuestros clientes, sino que el contacto informal puede llevarnos a la consecución de nuevos clientes y encargos profesionales.

– Transmitiremos una imagen positiva de compromiso y responsabilidad con lo que hacemos.

– Conoceremos mejor a nuestra competencia.

Y en segundo lugar, como señalaba Henry Bordeaux  al transcribir algunos de los consejos que recibió de Daudet: “Las leyes, los códigos no deben ofrecer ningún interés, Se aprende a leer con imágenes y se aprende la vida con hechos. Figuraos siempre hombres y debates entre los hombres. Los códigos no existen en sí mismos. Procure ver y observar. Estudie la importancia de los intereses de la vida humana. La ciencia de la humanidad es la verdadera ciencia” Es decir, el derecho no es la obra del legislador sino el producto constante y espontaneo de los hechos, y éstos, como no podría ser de otra manera, se encuentran en la calle, en la barra de un bar, en un encuentro ocasional o en una conversación provocada por una larga espera…Si queremos estar en contacto con el derecho, no queda otra opción que estar cerca de los hechos, y estos no se encuentran entre las cuatro paredes del despacho, con la excepción de la visita del cliente.

Por lo tanto, aunque la tentación resulte muy alta y la dificultad mayor, el abogado debe evitar en todo punto acomodarse en el confort de su despacho y olvidar la importancia que para nuestro crecimiento profesional supone el salir al exterior e interactuar con las personas y los hechos,  elementos que conforman la esencia de nuestra profesión.

 

[1] Excluimos de este concepto a aquellos abogados cuya actividad se realiza, por razón de su puesto de trabajo o actividad, en su oficina como pueden ser algunos abogados de empresa, técnicos, etc., debiendo entenderse la figura analizada  referida al abogado que actúa de forma liberal y es titular de su propio despacho (unipersonal o compartido con otros letrados).

[2] El término “abogado de laboratorio” me lo sugirió un compañero en Facebook cuya entrada y nombre no he podido encontrar. Desde aquí le muestro mi agradecimiento por su acierto.