Uno de los aspectos que me ha llamado más la atención de las relaciones entre los abogados veteranos y los abogados jóvenes es el compañerismo que se observa cuando ambos se encuentran en la defensa de sus respectivos clientes. Y con ello me quiero referir a la cordialidad, mesura y delicadeza con la que el abogado veterano suele tratar al joven y el respeto y consideración con el que el joven trata igualmente al veterano.

Cuando comencé mi andadura profesional, recuerdo que en ocasiones (la mayoría de las veces) me topaba de contrario a un abogado veterano. En estos casos, lo que esperas es que tu contrario actúe contigo de forma paternalista y con cierta superioridad, pues a fin de cuenta él es el que lleva los galones concedidos por el tiempo y la práctica. Sin embargo, después de muchos años puedo referir que la actitud que han tenido los abogados veteranos conmigo ha sido extraordinaria: respeto, atención, consideración y un trato de igual a igual, muchas veces a pesar de que eran más que conscientes de mi falta de experiencia. Solo en algunos casos excepcionales, y que puedo contar con los dedos de una mano, algún abogado veterano me trató con desconsideración y con aires de superioridad.

Esta situación siempre me ha admirado, pues como digo, la tentación del abogado experto de sacar partido de las flaquezas del inexperto está ahí, pero la opción más habitual ha sido fomentar la igualdad a través de una conducta leal y respetuosa.

Y al contrario, cuando me he convertido en un abogado veterano, al cruzarse en mi camino jóvenes abogados, éstos han sido muy considerados y respetuosos, demostrando una preparación y seguridad que no me ha hecho cuestionarme la diferencia de edad profesional.

Y esa es la grandeza de nuestra profesión, pues una vez lanzados a la arena, somos como aquellos gladiadores que luchaban hasta la extenuación, y que se veían igualados por las armas en un justo combate que, sin embargo, no les hacía perder el respeto recíproco o amistad, sabedores de todo el esfuerzo y tesón desarrollado por el adversario hasta este encuentro.

Naturalmente, lo anterior no obsta a que, una vez en defensa de nuestros clientes, el referido compañerismo, telón de fondo obligado, no entorpecerá el uso con la máxima intensidad de nuestros medios de defensa, pues ya lo decía don Angel Ossorio al tratar la cortesía desenfadada o el desenfado cortés:

“Esto es, el respeto más escrupuloso para el litigante adverso y para su patrono…hasta el instante en que la justicia ordene dejar de guardárselo. Es imperdonable la mortificación al que está enfrente sólo por el hecho de estar enfrente; pero es cobarde deserción del deber el abstenerse de descubrir el vicio y de atacarle, ocultando así extremos precisos a la propia defensa, por rendirse a contemplaciones de respeto, de amistad o de otra delicadeza semejante. Al ponerse la toga, para el letrado se acaba todo lo que no sea el servicio de la defensa.”

Creo por tanto que, en unión de muchos otros comportamientos, esta es una de las facetas más evidentes del compañerismo que debe de existir en la profesión, compañerismo como respeto a pesar de las diferencias de experiencia; compañerismo como lealtad, no aprovechándose o perjudicando con triquiñuelas al contrario…

En la medida que todos los abogados mantengamos este propósito cada vez que nuestros caminos se crucen con otro compañero más joven, qué duda cabe que estaremos haciendo un bien enorme a la profesión, pues esas conductas se arraigarán en éste, propiciándose así su reiteración en el futuro.

Y al contrario, ya que el abogado veterano que sintiéndose superior al joven lo manifieste a través de actos de superioridad, desprestigio y un paternalismo mal entendido, que sepa que estará dejando de ser un verdadero abogado, pues un abogado siempre habrá de mantener, recíproca lealtad, respeto mutuo y relaciones de compañerismo con todos sus colegas, sea cual sea la diferencia de edad o de experiencia.