A veces vuelvo la mirada y descubro que mi ejercicio profesional ha sido un constante examen. Aunque no haya sido de forma explícita, lo cierto es que los jueces, clientes, compañeros de profesión, etc… me han estado sometiendo durante todos estos años a constantes exámenes sobre mis cualidades en los que, tras vivir determinadas experiencias, me he sentido suspendido o aprobado. Lógicamente, nunca me han entregado las calificaciones finales, pero mi capacidad de autoevaluación me ha permitido alcanzar una aproximación sobre la nota obtenida, lo que me ha ayudado luchar por mejorar como abogado.

Esta es una idea que los abogados, especialmente los más jóvenes, no deben olvidar. Cuando salimos de la Facultad, superamos las pruebas correspondientes, nos colegiamos, y comienzan los verdaderos exámenes ¿Te frustrabas cuando te suspendía el profesor de derecho civil inmerecidamente? Pues te frustrarás más cuando después de haber preparado un asunto a conciencia y tras una extraordinaria defensa en juicio, verás como tu acción declarativa de dominio es desestimada por el Juez ¿Te sonreías sorprendido cuando aprobaste aquel examen de derecho penal que no tenías preparado? Alucinarás cuando te llegue la resolución por la que el caso del acusado de estafa, en el que tenías nulas esperanzas, ha concluido con un fallo absolutorio.

Otro tanto ocurrirá con los clientes, esas personas de las que tanto dependes, quienes no se limitarán a evaluar tus conocimientos, pues ya presuponen que los tienes, pero que te observarán, analizarán y juzgarán por todas tus cualidades humanas, alcanzando a veces un veredicto que llevará aparejada el envenenamiento de la relación o, en el peor de los casos, la ruptura de la misma. Y qué decir, de los abogados contrarios; éstos, para hacer bien su trabajo, estarán siempre pendientes de cualquier señal que les ilustre sobre tus carencias técnicas, falta de habilidades personales o los condicionantes del caso que te vayan a impedir actuar en una u otra dirección.

¡Bienvenido al mundo real!

Sin embargo, esta escuela de la vida es de extraordinario valor para los abogados, pues a través de sus enseñanzas tenemos la oportunidad de crecer y mejorar continuamente como personas y como profesionales. En este escenario, los suspensos puntuales que nos ofrezcan las situaciones o las personas, nos espabilarán y sacarán de nuestra rutina, obligándonos a adoptar nuevos conceptos, ideas o estrategias que facilitarán nuestro crecimiento y por supuesto afinaran nuestro ingenio.

Por tanto, considero que el plantearse la abogacía como un examen permanente es bueno para el abogado, pues ello le ayudará a enfrentarse a los embates del destino con cierto optimismo, en el convencimiento de que los eventuales fracasos (que no lo dudes, surgirán durante esta larga travesía), servirán como piedra de toque para evaluarnos y así mejorar en el futuro.

¿Y qué necesitamos como compañeros en este largo viaje? Pues mucha autoconciencia, que nos permitirá sentarnos a evaluarnos; una gran dosis de tolerancia a la frustración, a fin de superar rápidamente las situaciones desagradables y no deseadas; y, cómo no, mucha humildad para evitar negar los propios errores o buscar excusas y culpables para no asumir nuestra responsabilidad, pues el cambio solo se produce desde la propia aceptación.

Y concluyo con un regalo que te hago; una cita de Ed Lond, el fundador de la compañía Polaroid: “Un error es un acontecimiento cuyos beneficios todavía no se han convertido en una ventaja” Reflexiona sobre ella, y ya verás como te ayudará a superar los próximos exámenes.

PROXIMO POST: El jueves, en legaltoday hablaremos sobre las recetas para el fracaso del abogado, diez consejos de expertos en negocios y desarrollo personal que te servirán de referente en los momentos difíciles.