María, inclinada ante varios manuales que cubren por completo su mesa de trabajo y con la opinión legal a medio concluir, se da un respiro y, cansada, comprueba que se ha quedado sola en el despacho un día más.

Beatriz, permanece ensimismada mirando por la ventana. Aunque parece que observa a los transeúntes, en realidad está rememorando su última intervención en sala que, a su juicio, ha dejado mucho que desear.

Rafael, encerrado en su oficina, gesticula graciosamente y recita a media voz, una vez más, su informe oral, comprobando que aún queda mucho que hacer para tenerlo completamente dominado.

Sara, molesta por el alto tono de la conversación telefónica que emplean algunos pasajeros del AVE, vuelve a centrarse en su portátil, analizando los puntos clave de la negociación que va a llevar a cabo esta tarde en Alcalá de Henares.

Y Gerardo, ante su primera intervención en el Tribunal Supremo, espera impaciente y nervioso en la puerta de la sala de vistas, temeroso de que durante su intervención pueda quedarse en blanco y olvidar algunos de los puntos clave de su casación.

Si observamos estas situaciones, que a muchos nos serán familiares, comprobaremos que todas tienen un denominador común: el abogado cuando ejerce su profesión está solo, o lo que es lo mismo, el abogado trabaja, reflexiona, practica y siente en absoluta soledad.

Efectivamente, la soledad es una de las facetas más duras de la abogacía, pues suele desarrollarse en un contexto en el que se necesitan de unos conocimientos y habilidades muy exigentes y en el que la confrontación siempre está en liza. Así, el abogado siente y vive la profesión con mucha intensidad, lo que repercute no solo a nivel físico, sino igualmente a nivel mental: pensamientos y reflexiones que, como un caballo desbocado, nos sumergen en un mundo de alegría y tristeza, ánimo y desánimo, esperanza y decepción, lo que particularmente se vive de una forma muy especial en soledad.

¡Si los abogados hiciéramos un diario de nuestros pensamientos (relacionados con nuestro trabajo) quedaríamos impresionados!

Sin embargo, a pesar de que la soledad es una faceta de cómo vive el abogado su trabajo, hoy en día, esta no puede identificarse con aislamiento e incomunicación, pues desde la perspectiva de la colaboración, ayuda o solidaridad, los abogados no estamos tan solos.

Y no lo estamos porque si existe otra faceta esencial de nuestra profesión es el compañerismo, y éste, encuentra su máxima expresión en las acciones desinteresadas que los abogados hemos de realizar con el fin de orientar a otros cuando lo requieran. Nos estamos refiriendo por tanto a un dar, a una entrega de conocimientos y experiencias que pueden ayudar a quien los recibe en su crecimiento profesional.

En tal sentido, compruebo como día a día, los compañeros se ayudan, tanto localmente (en los despachos, en la misma ciudad, etc.) como globalmente (en distintas poblaciones e incluso internacionalmente), fenómeno (especialmente este último) que se ve reforzado por la irrupción de las redes sociales que, a través de sus innumerables formas de comunicación, están permitiendo que el colectivo de la abogacía se ayude de variadísimas formas (foros, blogs, conferencias, etc.) Además, la ayuda que se observa no solo se refiere a conocimientos jurídicos, sino a cuestiones de comportamiento, forma de llevar y superar la difícil carga de la profesión, llegando a tratarse hasta aspectos de la denominada autoayuda.

Esta situación, que debemos fomentar desde la doble perspectiva de dar y recibir, (también recogida en el artículo 12 del Código Deontológico[1]), es fundamental para mitigar esa soledad a la que nos referíamos, pues compartiendo las dificultades de la profesión, tanto en lo técnico como en lo emocional, los abogados nos sentiremos y estaremos menos solos. Nadie mejor que un abogado entenderá a otro abogado.

Y concluyo con algunas frases inspiradoras que os recordarán la importancia de la virtud, valor o principio rector que reside en el corazón de esta solidaridad y ayuda entre abogados: la generosidad.

Dice el Dalái Lama que “el conocimiento, si no se comparte, se pudre como el agua estancada” Deepak Chopra nos manifiesta que dar y recibir proceden de la misma energía, y para que recibas, tendrás antes que dar, de manera que la abundancia “de lo que sea” se obtiene gracias al desprendimiento previo. Will Smith considera que el significado de una vida plena requiere una verdadera aportación al bien común, lo que se obtiene ayudando a los demás. Para Og Mandino, la generosidad nos ayuda a sentirnos bien con nosotros mismos. Finalmente, Zig Ziglar nos habla de una ley de la compensación universal, por la cual cada vez que das algo, el universo está en deuda contigo, de manera que tarde o temprano la deuda quedará saldada.

En definitiva, esto de la solidaridad es como la moneda que la representa, pues la miremos como la miremos, siempre nos toparemos con el lado bueno de la misma, dar y recibir, algo que los abogados, por nuestro bien y el de nuestro colectivo, no debemos olvidar jamás.

Ahora, sal ahí fuera, y plantéate cómo puedes ayudar a los compañeros que lo necesiten.

 

[1] El Abogado de mayor antigüedad en el ejercicio profesional debe prestar desinteresadamente orientación, guía y consejo de modo amplio y eficaz a los de reciente incorporación que lo soliciten. Recíprocamente éstos tienen el derecho de requerir consejo y orientación a los abogados experimentados, en la medida que sea necesaria para cumplir cabalmente con sus deberes.