Hoy me gustaría detenerme en un ejemplo precioso de lo que constituye el reconocimiento sincero por parte del cliente sobre el trabajo realizado por el abogado. Si bien para ello vamos a realizar un viaje a más de ciento cincuenta años, lo cierto es que no es extraño que, en numerosas ocasiones, el cliente, agradecido por el trabajo de su abogado le transmita de corazón su satisfacción por el trabajo realizado, hecho que acontece mayormente cuando el resultado es favorable a sus intereses, aunque, incluso haya en ocasiones, en las que dicha felicitación se produce en contextos menos favorables (en estos casos nuestra alegría y satisfacción es aun mayor).

A dicha reflexión he llegado a resultas de la lectura de un legajo, datado en 1859 (que por gracia y favor de la tecnología ha caído en mis manos) en el que constan los discursos realizados ante el Congreso y el Senado por el abogado sevillano don Manuel Cortina en defensa de don Agustín Esteban Collantes con motivo de una acusación formulada contra éste en el expediente sobre acopio de 130.000 cargos de piedra.

Pues bien, resulta que don Manuel defendió a don Agustín Collantes de unas graves acusaciones, logrando su absolución, lo que motivó que el éste, a la sazón su cliente, tuviera a conveniente mostrar su agradecimiento a través de una carta. La misiva, que a continuación transcribo, constituye el mejor ejemplo que conozco del sincero agradecimiento de un abogado a su cliente, gratitud que nos puede ayudar a reflexionar sobre los valores que lleva implícita la actividad del abogado, y más concretamente los que se desprenden de la relación abogado-cliente, hasta el punto de comprobar que esos valores, constatados por don Agustín en su abogado, no han prescrito y siguen hoy vigentes.

Excmo. Sr. D. Manuel Cortina.

Madrid, 23 de junio de 1859.

Muy señor mío y de toda mi consideración y aprecio: En los momentos más críticos, más aflictivos y más decisivos de mi vida, he acudido a Vd. para que me defendiera contra una acusación que consideraba apasionada e injusta.

Al poner en manos de Vd. la defensa de mi honra , el porvenir y bienestar de mi familia, pagaba en primer lugar, con gusto, homenaje de respeto a la reputación que por su larga experiencia, por sus estudios y por su talento ha sabido conquistarse en nuestro país y en el extranjero; y siendo notorio que no buscaba en Vd. al amigo político, daba por mi parte una prueba clara y evidente de que yo protestaba con la elección de defensores , como había ya protestado personalmente en la Cámara de los Diputados, contra todo carácter político que se quisiera dar a la causa que se me seguía, lo cual no he podido impedir a pesar de nuestros comunes esfuerzos.

La causa, pues, dentro y fuera de España, ha tenido un color político marcado, el cual se ha revelado en todos los pormenores del proceso y en la discusión consentida en la prensa, con gran desigualdad de derechos ciertamente; pues al mismo tiempo que se ha permitido hasta la censura de la sentencia del Senado en contra mía, se han recogido cuantos artículos tendían a sostener mi inocencia.

Decirle a Vd., mi querido amigo y señor, cómo ha desempeñado Vd. mi encargo, es difícil en mi situación, sin que pueda creerse que voy a descender a la lisonja y hasta la adulación ; pero la opinión unánimemente pronunciada en favor de Vd.; la opinión unánime de todos los periódicos, de todos los partidos, de todos nuestros más íntegros magistrados, de todos nuestros jurisconsultos de más fama; la opinión sin reserva de amigos y contrarios, es que Vd. en el término de su carrera la más esclarecida, ha levantado un monumento a su propia gloria.

¿No me ha de ser permitido decir a Vd. directamente lo que todo el mundo ha dicho, lo que todos los periódicos han publicado? No he de poder ser en este instante el débil eco de la opinión sobre la defensa que ha hecho Vd. de mi inocencia, aunque no sea más que para darle las gracias por el interés verdaderamente paternal que ha tomado en mi desgracia, por el inmenso favor que ha prestado Vd. á una familia para quien ha sido Vd. una segunda Providencia. Sí; esto es permitido; esto se ha permitido siempre. Ni yo tengo necesidad de adular á Vd., ni mis lisonjas pueden levantar en una línea el alto pedestal de la gran figura que Vd. ha representado y representa en nuestro país, de la gran posición que Vd. ocupa por su saber, por su prudencia, por su modestia.

Expresarle a Vd. toda mi gratitud es aún más difícil. Las grandes sensaciones se experimentan interiormente, pero no se pueden explicar; y yo no sabría explicar a Vd. sino muy tibiamente cuán grande es mi agradecimiento, si hubiera de continuar explicándole por escrito.

Pero Vd. ha hecho más que defenderme; Y ha hecho más que consolarme; Y me ha dado consejos tan saludables, tan prudentes, tan llenos del conocimiento del mundo y del corazón humano, que yo espero me servirán de inmenso provecho en el curso de mi vida.

El éxito ha correspondido a los esfuerzos que Vd. ha hecho.- La justicia y la razón, expuestas por Vd. con claridad y precisión, me han valido un fallo absolutorio. -La moderación de la defensa ha sido un gran contraste con la pasión y hasta con la ira de la acusación.

Concluido el proceso, le confesaré á Vd. con franqueza que me encontraba embarazado sin saber cómo corresponder dignamente con Vd.; y tuve varios pensamientos que consulté con los amigos de más confianza; pero bien pronto Vd. mismo, anticipándose a todo, vino aponer término a esta cuestión de una manera que no tengo palabras con que manifestar de nuevo mi agradecimiento. Ha llevado Vd. la delicadeza y la generosidad a un punto, que peca de riguroso; y ha sido Vd. tan inflexible a pesar de mis instancias, que no ha querido admitir el menor recuerdo de ninguna especie, de ningún valor, y ni ha permitido Vd., que sus hijos le tuvieran de mi familia.

Por el sentimiento que esto revela; por el desprendimiento y cariño que esta conducta manifiesta, yo le doy á Vd. las gracias de lo íntimo de mi corazón.

Pero yo estoy sentido hasta cierto punto de tanto rigor, y creo que no me negará Vd. el favor de aceptar un ejemplar del discurso que ha pronunciado Vd. en defensa mía delante del Senado, a condición de que estará encuadernado en madera. No puede Vd. rehusarme lo que es de su propiedad. Le devuelvo á Vd. el don que su talento me ha prestado, y con el cual me ha salvado, y ha dado la tranquilidad a mi familia, ya que a mí sea más difícil devolvérmela.

En la conclusión de esta son casi inútiles los cumplimientos de costumbre.

Pocas veces se puede decir con más verdad y con más decisión.

Soy todo de Vd. con la más distinguida consideración y aprecio afectísimo,

Agustín Esteban Collantes.