Según el diccionario de la RAE entusiasmo es una exaltación y fogosidad del ánimo, excitado por algo que lo admire o cautive (primera acepción) o la adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño (segunda acepción). Ambas acepciones nos sirven para conceptualizar está virtud cuya etimología deriva del griego enzeos (endiosado) o inspirado por los dioses.

El entusiasmo es por tanto un estado de ánimo positivo y favorable para la persona que lo vive y está íntimamente relacionado con una motivación interior asociada a la existencia de un proyecto de vida, personal o profesional, constituido por una serie de objetivos (sueños o ideales)  que nos darán la energía positiva y fuerza para disfrutar nuestras acciones diarias (por muy cotidianas que estas sean).

Como señala Alberoni, el entusiasmo es energía, empuje y fe; es una fuerza de tracción que tiende hacia lo que está en lo alto, hacia lo que tiene valor. Una potencia que impele a ir más allá de sí mismo.

El entusiasmo como valor, no debe confundirse con la alegría desbordante que podemos sentir durante un momento especial, ya que el entusiasmo no es algo fugaz o exuberante, sino una actitud de confianza, seguridad y optimismo constante, sean cuales sean las dificultades que encontremos en el camino.

Entre las características del entusiasmo podemos destacar las siguientes:

  • Requiere de unos objetivos vitales y profesionales claramente establecidos.
  • Surge de la motivación que nace del deseo de alcanzar nuestros objetivos.
  • Dota a la persona de una energía constante centrada en la consecución de sus objetivos.
  • Permite afrontar los problemas con serenidad y confianza en nuestras capacidades.
  • Nos orienta a mantener una actitud positiva (“entusiasta”).
  • Ayuda a que las experiencias más difíciles se lleven a cabo con confianza en la superación.

Centrándonos en el abogado, este se encuentra constantemente alcanzando objetivos de notable importancia para él mismo y para sus clientes, objetivos que van forjando su futuro profesional. El logro de dichos objetivos es, por lo general, un camino repleto de trabajo, esfuerzo y dificultades, a veces sin recompensa. Si el abogado es capaz de vivir ese trayecto con entusiasmo, es decir, con la confianza, seguridad y energía necesaria para continuar disfrutando del viaje, su vida profesional será muy satisfactoria.

Este entusiasmo estará íntimamente vinculado a la vocación, entendida como la llamada o voz interior que sentimos y nos impulsa hacia una profesión, al ejercicio de una actividad determinada, o una misión personal. Por lo tanto, estamos hablando de una inclinación o preferencia hacía el ejercicio de la abogacía, un querer, un ideal, algo que nos exige una determinada exclusividad hacia algo.

Un abogado entusiasta es un abogado enamorado de su profesión. Por ello, tendrá claros sus objetivos generales y particulares, y los llevará a cabo con energía y decisión, no lamentándose por los errores o dificultades que inevitablemente surgirán, superándolos rápidamente (a pesar de los inevitables “bajones” puntuales). Su compromiso y responsabilidad se contagiarán a colegas y otros compañeros de trabajo, transmitiendo seguridad y confianza constante.

En definitiva, un abogado entusiasta estará entregado a su profesión y hará todo lo posible por disfrutarla, albergando un optimismo constante que le ayudará a superar todas las dificultades.

El entusiasmo se manifiesta tanto en soledad como en nuestras interacciones profesionales. Aislados, nos ayudará a comprender y a entender las dificultades de nuestra actividad y a reforzarnos con un estado de ánimo positivo para seguir adelante con optimismo; es precisamente en aquellos momentos de tristeza (una sentencia desfavorable y sus terribles consecuencias para nuestro cliente, un cliente ingrato, la actitud desabrida de un colega o un juez, etc.) cuando el entusiasmo debe hacer mella y posicionarnos con la energía suficiente para seguir adelante. En nuestras interacciones con terceros, nuestra actitud y conducta debe transmitir y contagiar energía adaptada a cada situación: a la hora de transmitir confianza a un cliente, sabiendo dialogar asertivamente con un compañero, mostrando seguridad y solvencia ante un juez. De lo que se trata es de transmitir esa energía que genera el entusiasmo.

Hemos de partir de la base de que el entusiasmo parte del interior, se activa desde dentro, pues parte de un sentimiento de amor hacía lo que se hace y de los objetivos que nos va a proporcionar dicha actividad. Por ello, es fundamental:

  • Conocerse, y por lo tanto, escucharse y estar seguro de lo que deseamos.
  • Conocer nuestras limitaciones, y saber gestionarlas en momentos de dificultad.
  • Disponer de unos objetivos claros y precisos, un proyecto de vida personal y profesional.
  • Buscar constantemente el dominio y control de nosotros mismos, para lo que será clave fortalecer nuestra paciencia, prudencia y calma.
  • Ser positivos, optimistas, y tratar de no caer en el desánimo demasiado tiempo. Hay que recuperarse con celeridad.
  • Saber priorizar y abordar los problemas de forma organizada.

Concluyo con esta famosa reflexión de Henry Ford que, de alguna forma, ilustra y resume todo lo expuesto.

El entusiasmo es la levadura que hace

Crecer nuestras esperanzas

Hasta alcanzar las estrellas.

El entusiasmo es el brillo de nuestros ojos,

La vivacidad de nuestro andar,

La fuerza de nuestras manos,

El ímpetu irresistible de nuestra voluntad

Y de nuestra energía,

Que nos lleva a realizar nuestras ideas.

Los entusiastas son los triunfadores,

Ellos tienen la fortaleza

Ellos tienen tenacidad.

El entusiasmo es la base de todo progreso.

Con él se consigue crear

¡¡¡Sin él, todo son excusas!!!