Releyendo uno de los capítulos del libro SOBRE EL ALMA DE LA TOGA, libro escrito por varios autores en homenaje a la obra de Angel Ossorio y Gallardo, me topé con una cita del autor consistente en el texto de la respuesta que cuentan dio un experimentado jurista cuando le preguntaron sobre el grado de dificultad de las profesiones que se ejercen en el foro, la cual paso a transcribir:

“La profesión más difícil de todas es la de abogado de la parte demandante, porque estudiar el caso con objetividad a partir de la versión subjetiva del cliente, decidir si se promueve o no el procedimiento, prever los argumentos que pueda esgrimir la parte contraria, valorar con qué prueba se cuenta, hacer acopio de materiales y de argumentos, plantear bien la demanda, saber qué se dice y cómo, qué no se dice y por qué, cómo se articula la pretensión, de qué manera se fundamenta y cómo se concreta la petición en el suplico, requiere de una gran formación, rigor y destreza, y es algo de lo que depende, no ya la precisa delimitación de lo que será el objeto del proceso, sino también, en buena medida, el éxito mismo del pleito que se entabla. Le sigue en dificultad la de abogado de la parte demandada quien, en el corto plazo para contestar a la demanda, debe estudiarla, contrastar su contenido con lo que le ha contado su cliente, plantearse con objetividad la situación, decidir si conviene allanarse u oponerse, resolver cómo contesta, qué excepciones aduce, qué hechos admite o niega y cómo delimita con sus alegaciones lo que conformará el objeto del debate, todo lo cual requiere no menos habilidad, preparación y experiencia que la de su colega y oponente.

En tercer lugar se encuentra la de juez de primera instancia, quien, partiendo de aquellos escritos de demanda y de contestación, debe fijar el verdadero objeto de la controversia, interpretar y valorar la prueba producida, y dirimir la contienda dictando una sentencia ajustada a derecho que dé respuesta exhaustiva y congruente a las cuestiones planteadas por las partes, para lo que hace falta no sólo una adecuada preparación jurídica, sino también gran sensatez y formación humana.

Después, tal vez a cierta distancia de las anteriores, se hallaría la posición del magistrado de la Audiencia Provincial, pues siendo, como es, muy importante su función, cuenta con varios y precisos elementos para desempeñarla con acierto, como son una sentencia de primera instancia que ha resuelto motivadamente el debate planteado en la demanda y en la contestación, un razonado escrito de interposición del recurso de apelación el que se concreta la disconformidad de la parte recurrente con el contenido de aquella sentencia, y otro escrito, también fundado, de impugnación de ese recurso, quedando, en fin, reducida su actuación jurisdiccional a la adopción de una decisión que está delimitada por el conocido brocardo tantum appellatum quantum devolutum.

Y ya por último, para más altas instancias, casi podría servir cualquiera……..”

Genial, ¿no?…

Dejando de lado el insalvable humor y gracejo de la respuesta, he traído la misma al blog ya que expresa de una forma tan magistral la dificultad del trabajo que realizamos los abogados. El realismo, la claridad y la contundencia con la que el viejo jurista define el trabajo que el abogado desarrolla para la preparación de la acción a entablar o de su respuesta (ojo, que todavía quedaría la audiencia previa, el juicio, apelaciones, etc.) demuestra con creces el trabajo difícil y complejo que llevamos a cabo los abogados como operadores jurídicos que somos.

Y este conocimiento de dicha dificultad es esencial para fomentar la autoestima profesional de los abogados. Tenemos que ser conscientes (y no darlo por hecho) de que detrás de nuestra importantísima función en un Estado de Derecho, actuamos con una laboriosidad extraordinaria, realizando un trabajo comprometido, responsable y extenuante, que en muchas ocasiones ni siquiera alcanza la recompensa merecida, y que se repite día a día en escenarios y contextos diferentes en los que lidiamos con sentimientos y emociones de toda clase.

De este modo, para preservar el valor de nuestra profesión, es muy importante, insisto, que los abogados no solo seamos conscientes de nuestro esfuerzo, sino que valoremos la grandeza que ello representa para nosotros como personas y para nuestro colectivo.

Por ello, no debemos escatimar esfuerzos en transmitir permanentemente a los demás qué es lo que hacemos y cómo lo hacemos, lo que sin duda contribuirá a sensibilizar a la sociedad del valor y mérito de nuestra honorable profesión. Así que, si te animas, ¡comparte el post con otro compañero!

Por cierto, por si queda alguna duda, el autor del capítulo del que tomé la cita no es un abogado, sino un Magistrado