Esta frase fue la que pronunció mi maestro cuando, herido en mi orgullo, le comenté lo mal que lo había pasado tras la lectura de la contestación a mi primera demanda, queja provocada por el tono desabrido empleado por el abogado contrario en la contestación, y que rozaba el desprecio no solo a la argumentación en la que tanto había trabajado, sino igualmente al propio redactor del texto. Aquello no era mordacidad, sino un ataque directo a la autoestima personal y profesional del contrincante.

Con el paso del tiempo fui aprendiendo que el día a día del abogado estaría plagado de situaciones desagradables consecuencia de la contradicción que impera en nuestra labor, pero que siempre encontrarían su complemento en otras más favorables y positivas. De hecho, esta complementariedad o alternancia de situaciones que repercuten claramente en nuestro estado anímico, es la que nos permite sobrevivir en este complejo entorno en el que hemos escogido deambular.

Sin embargo, en ocasiones, junto a estas situaciones difíciles y que podemos considerar “normales”,  a veces se producen otras muy complicadas que son las que desgastan, deterioran e incluso hacen replantearse la profesión a más de un compañero debido al potencial que tienen para alcanzar y dañar no solo al profesional, sino igualmente a la persona. Con ello me refiero a escenarios que se alejan de la normalidad y pasan al capítulo de lo imprevisto, indeseado y temido, provocando en el abogado pesadumbre, tristeza y un deseo inconsciente de, como anticipaba, abandonar la profesión.

Compañeros que nos muestran a las claras una hostilidad absurda y desproporcionada al defender a su cliente; jueces que en sala se dirigen a nosotros de manera desabrida, recriminatoria y carente de la más mínima sensibilidad; clientes que transmiten incomprensión y desconfianza a pesar de nuestro esfuerzo y entrega o que, sin esperarlo y sin razón plausible, nos sustituyen por otro letrado, sin olvidar la Espada de Damocles de una denuncia injusta; y que decir de las sorpresas que nos producen algunas resoluciones tras un trabajo agotador, quizás tras años de esfuerzo, cuando teníamos la firme convicción de una victoria…(estas conductas se examinan más a fondo en el post ¿Por qué es difícil ser abogado? https://oscarleon.es/por-que-es-dificil-llegar-a-ser-abogado/)

No es de extrañar por tanto que muchos compañeros se rindan tras años de ejercicio.

Ahora bien, los que hemos sobrevivido y seguimos aquí, sin saberlo, hemos ido descubriendo algo parecido a un bálsamo de Fierabrás que nos ha ayudado a curar las heridas (que no las cicatrices) y a seguir en la contienda con buen ánimo a pesar de tantas y tantas dificultades.

Por ello, me gustaría contribuir humildemente a facilitar algunos de los ingredientes (pues la fórmula magistral sólo se alcanza con el paso de los años y la experiencia), con el deseo de que compañeros más jóvenes, o incluso aquellos que tengan el firme propósito de comenzar a ejercer puedan servirse de ellas.

1º.- Sabiduría, no exenta de previsión, para ser consciente de que la abogacía es una tarea difícil y compleja, en la que se van a producir, más temprano que tarde, muchas de estas situaciones desagradables. El mero hecho de ser consciente de su existencia y posible acaecimiento ya rebaja el efecto que pueden tener sobre nosotros.

Igualmente, sabiduría para reconocer que frente a estas incidencias, existen también momentos agradables y felices que nos hacen disfrutar de la profesión, y que probablemente volverán a producirse tras la tormenta que estemos viviendo.

2º.- Fortaleza, para soportar el impacto de las mismas, pues hay que ser fuerte y no venirse abajo cuando estas se produzcan, sino que hay que mirarles a la cara y, bien pertrechados de paciencia, prudencia y autocontrol, saber afrontarlas con recursos que nos den la suficiente frialdad para salir con el menor daño posible.

3º.- Alta tolerancia a la frustración, que es la capacidad para tolerar o hacer frente a las situaciones que no se ajusten a nuestros deseos y necesidades como consecuencia de disponer de unas creencias más realistas y ajustadas a la realidad. De este modo, ante los problemas, si bien podemos sentir contrariedad o malestar, ello no le impide continuar con la búsqueda de nuestros objetivos. Esta habilidad es fundamental para nosotros, pues los tiempos de recuperación se acortan notablemente tras el mal trago, y pronto volvemos a estar a pleno rendimiento (si quieres leer más sobre este tema puedes ver el post Abogados y Tolerancia a la frustración https://oscarleon.es/abogados-y-tolerancia-a-la-frustracion/).

4º.- Y humildad para buscar la ayuda de algún compañero más experto que pueda aconsejarnos, pues compartiendo no solo se descarga el dolor, sino que se crece ante la adversidad.

No lo dudes, si sufres una situación complicada en tu ejercicio profesional aplica estas habilidades que sin duda te ayudarán a entenderla y superarla en el más corto espacio de tiempo, pues ya sabes que los abogados, si no tenemos tiempo para ponernos enfermos, menos tenemos para venirnos abajo.

Y concluyo con esta reflexión que encontré hace años en internet y que, de alguna forma, resume todo lo expuesto:

“Como el fuego forja el hierro en el yunque, la necesidad y la preocupación diaria forja la personalidad del Abogado. Un gran número de ellos se dan de baja y se dedican a otra cosa cuando llevan años de ejercicio, quince años si no antes…, desesperados, agotados, fracasados. Es una profesión para superciudadanos y superciudadanas, sin ningún tipo de reconocimiento social ni reciprocidad, pero el que consigue la cima, siempre con mucho dinero o apoyo político, ve incrementar su poder y autoridad académica; más que una profesión, la vocación de Abogado es propia de los héroes”.(www.terraes/personal/lealabogados/blockabo.htm)