Esta semana cuando me dirigía al despacho  (a eso de las 7:45 horas) pasé, como hago todos los días, por la parte trasera del edificio donde se ubica nuestro despacho. Al ver la luz encendida de una de nuestras oficinas, comprobé que, como todos los días desde las 7 horas, allí estaba plantado mi socio Eduardo Olarte trabajando en algún caso. En plan broma, se me ocurrió hacerle una foto para echar luego unas risas con él.

El caso es que más tarde se me ocurrió publicar un tuit, acompañado de la fotografía, con este texto:

 Esta foto la hice ayer muy temprano. Es mi socio Eduardo estudiando un caso. La tuiteo porque me recuerda a esa frase de H.Robert que tan bien nos define: «No hay existencia más fatigosa, ni que acapare en mayor grado el cerebro y el tiempo del que a ella se consagra el abogado»

La verdad es que el tuit despertó bastante interés entre los compañeros de profesión, y ello posiblemente porque se identificaron con la imagen y con su contenido, que no hace más que reflejar una realidad inveterada de nuestra actividad profesional.

Y así es, la realidad, que sólo nosotros conocemos (pues muchos clientes la desconocen), es que la abogacía es una tarea que entraña una gran dificultad, no sólo por la responsabilidad que lleva asociada, sino por el ingente trabajo y esfuerzo que requiere, no para triunfar (¿quién triunfa en la profesión?, me pregunto), sino para sobrellevarla de la mejor manera posible…

No es cuestión, pienso, de poder compaginar el estudio y la preparación de los casos con las llamadas y visitas de clientes, la asistencia a juzgados, administraciones, notarías, registros; las reuniones con compañeros del propio despacho y ajenos al mismo; los desplazamientos para constatar hechos y obtener evidencias; la facturación de nuestros honorarios y la toma de decisiones para gestionar adecuadamente nuestra organización (todo ello en veinticuatro horas al día y siete días a la semana), sino que dicha actividad se desarrolla además en un clima emocional muy complejo en el que, en ocasiones, los límites de nuestra resistencia se ven superados por la propia naturaleza emocional de los casos, las actitudes de quienes participan en el litigio (desde el cliente hasta el juez, pasando por el abogado adverso), e incluso por el resultado de nuestro trabajo, materializado a veces en una sentencia que echa por tierra años de trabajo. Y, para poner la guinda en el pastel, la dificultad de cobrar nuestros honorarios de forma justa y puntual (y que nadie ajeno a la profesión se engañe, los millonarios (en pesetas) no abundan en esta profesión).

Ya lo decía en 1903 el abogado francés Henry Robert en dos sentencias antológicas:

“La abogacía es, a la vez, la mejor y la peor de las cosas. La mejor, porque no existe profesión más bella ni más apasionante; la peor, porque no hay existencia más fatigosa, ni que acapare en mayor grado el cerebro y el tiempo del que a ella se consagra el abogado.”

“Al abogado le es casi imposible librarse de toda preocupación, porque su lugar de trabajo no es su despacho, sino su cerebro y su vida entera.”

Muy acertado andaba este compañero, pues la fatiga y la preocupación son constantes en la vida del abogado, hasta el punto que ni siquiera el tiempo o la experiencia acaba con estas exigencias; cierto que aquella puede mitigar y reducir sus efectos, pero al no haber en la abogacía línea de llegada, siempre nos acompañarán de una u otra forma.

Pero no hay que desesperar, todo lo contrario, no escribo para desanimar a nadie, sino que, a modo de un notario (que se quiere desahogar), constato la realidad que rodea la vida del abogado, una realidad que si bien nos afecta emocional y físicamente, también nos permite contribuir a algo tan valioso como la defensa de los ciudadanos,contribuyendo, a la vez, a alcanzar unas capacidades, habilidades y herramientas de enorme importancia incluso para nuestra vida personal.

Nos enfrentamos a una profesión muy difícil en la que, como personas, nos vemos plenamente identificados, viviendo y sintiendo constantemente sus efectos en nuestra vida, pero no por ello hay que rendirse. De hecho, son muchos los abogados que, a pesar de las dificultades, siguen desarrollando su profesión y, paradójicamente, te dirán que su trabajo es increíble y plenamente satisfactorio.

“La abogacía es, a la vez, la mejor y la peor de las cosas. La mejor, porque no existe profesión más bella ni más apasionante;…”

Creo firmemente que los sinsabores de la abogacía son superados a fuerza de conciencia y conocimiento de nuestro trabajo, valores, virtudes y un amor a la profesión que solo nos lo puede insuflar la vocación por el derecho y el ejercicio de una autoexigencia de mejora continua. Y eso, es verdaderamente impagable.

 

Si quieres leer más sobre este tema, te acompaño enlace del post que publiqué en la revista legaltoday.com titulado ¿Por qué es difícil ser abogado? https://www.legaltoday.com/opinion/blogs/gestion-del-despacho-blogs/blog-manual-interno-de-gestion/por-que-es-dificil-llegar-a-ser-abogado-2013-12-12/