Cada cierto tiempo aparecen tecnologías que prometen revolucionar nuestra profesión. Hoy es la inteligencia artificial y su irrupción está siendo tan intensa que ya hay quien aventura que incluso uno de los actos más personales del abogado (la exposición del informe oral) podría ser sustituido o, al menos, mejorado por un algoritmo.

No comparto esta visión, siendo por tanto objeto de este post argumentar sobre la importancia de la intervención del abogado en dicho trámite procesal, y la naturaleza accesoria que jugará la IA al respecto.

Hemos de comenzar partiendo por afirmar que el informe oral no es una exposición de hechos ni una lectura ordenada de unas conclusiones jurídicas; es mucho más, pues es el momento en que el abogado se dirige al juez, sin intermediarios, y pone a prueba su capacidad para convencer y persuadir con la palabra, la lógica y la emoción. Es, en definitiva, la expresión más pura del ejercicio forense, y aquí, como veremos, lo humano va a ser vital.

En primer lugar, el informe oral no es un texto cerrado, sino un como un “ser vivo” en evolución, pues a lo largo del juicio, la realidad se transforma: las respuestas de las partes, las contradicciones de los testigos o la falta de solidez del perito pueden alterar el guion previsto y obligar al abogado a reformular su discurso en tiempo real. Y la experiencia enseña que gran parte del resultado del informe depende de esa capacidad de flexibilidad y adaptación. A modo de ejemplo, el abogado atento detectará un gesto, una vacilación o un matiz en una declaración, y con ello modificará sobre la marcha la línea de su exposición.

¿Y qué puede hacer la IA ahí? Nada, absolutamente nada.

Un sistema como la IA puede generar un esquema perfecto, pero no puede reaccionar ante un silencio inesperado a una pregunta o un testigo que cambia su versión. La inteligencia artificial no vive el juicio, y solo quien lo vive puede interpretarlo a través de su percepción directa.

Esto nos lleva a distinguir lo que la IA puede hacer de lo que nunca podrá lograr. En la preparación del informe oral sí puede resultar útil: ordenar ideas, sintetizar información, revisar jurisprudencia, sugerir estructuras retóricas o incluso ayudarnos a ensayar una exposición. En ese sentido, actúa como un asistente eficaz que mejora la eficiencia del trabajo previo a nuestra intervención en sala.

En segundo lugar hay aspectos a considerar relativos a los componentes humanos que intervienen en el discurso. Efectivamente, desde la antigüedad, los maestros de la retórica enseñaron que la eficacia del discurso depende del equilibrio entre tres pilares: ethos, pathos y logos.

  • El ethos es la credibilidad del orador. Nace de su autoridad moral, de la coherencia entre lo que dice y lo que representa.
  • El pathos es la emoción, la capacidad de conectar con quien escucha.
  • El logos es la lógica del argumento, la estructura racional del discurso.

Una IA puede contribuir al logos (que me gusta definir como la materia gris del discurso), pero jamás al ethos ni al pathos. No puede inspirar confianza ni emocionar como tampoco puede percibir el gesto del juez ni ajustar su tono a una ceja levantada o a un leve asentimiento. En sala, la sensibilidad es una forma de inteligencia natural que ningún sistema puede replicar.

Por ello, uno de los grandes errores del uso indiscriminado de la tecnología es olvidar que quien decide es un ser humano. El juez no es un algoritmo que procesa información, sino una persona que valora, interpreta y siente. De hecho, aunque parezca una obviedad, cada juez es distinto: tiene su carácter, su experiencia, su estilo procesal y su manera de dirigir el juicio. Conocerlo (como he defendido constantemente) forma parte de la estrategia del abogado: saber cuándo insistir, cuándo callar o cuándo introducir una pausa no es algo que pueda aprender una máquina, pues la  IA puede proporcionar conocimiento, pero no percepción. Puede simular lenguaje, pero no intuición, y es precisamente esa intuición la que, en el informe oral, marca la diferencia.

En tercer lugar, el informe oral no se mide solo por lo que se dice, sino por quién lo dice y cómo lo hace. Así, desde el instante en que el abogado cruza la puerta de la sala, su presencia empieza a comunicar: la serenidad con la que se mueve, el respeto con el que se dirige al tribunal, el tono y la actitud con los que sostiene la palabra. Todo ello habla antes incluso de pronunciar una frase.

Una vez expone su discurso, el abogado no solo transmite hechos, pruebas y fundamentos jurídicos, sino que, a través de los elementos lingüísticos y paralingüísticos los dota de intención, ritmo, énfasis y emoción.
Y elementos como el tono, la pausa, la mirada, el uso de las manos o la postura corporal no son programables.

Por ello, el verdadero orador no persuade únicamente con argumentos, sino con presencia, control y autenticidad.  La inteligencia artificial puede ofrecer fórmulas, pero no carácter; puede estructurar un discurso, pero jamás dotarlo de alma.

En un tiempo dominado por la inmediatez, la inteligencia artificial promete rapidez, y esa promesa seduce. Pero en la oratoria forense, los atajos son trampas ya que el informe oral exige tiempo, reflexión y el entrenamiento que nos da la inmediación que se produce en una Sala de Justicia.

En conclusión, no se trata de rechazar la inteligencia artificial, sino de situarla en su lugar. Como herramienta, puede mejorar la eficacia del abogado; como sustituto, vacía de sentido la profesión ya que el informe oral pertenece al terreno de lo humano, no de lo digital, pues es el espacio donde la palabra cobra vida y cumple una función, como hemos visto, insustituible.

Podrá llegar el día en que un sistema genere discursos perfectos, con argumentos impecables y entonaciones naturales. Sí, pero incluso entonces faltará algo esencial: el alma del abogado.

Si estás interesado en mi último libro LA ESENCIA DE LA ABOGACIA EN 365 REFLEXIONES puedes informarte en el enlace https://oscarleon.es/mis-libros/