Hay días en que la abogacía pesa como una losa. La ilusión que un día nos impulsó se desvanece bajo el vaivén del éxito y el fracaso, la lentitud exasperante de los tribunales, las tensiones con los clientes, los aprietos económicos o el torrente de trabajo imprevisto que exige preparación constante. Estas tormentas, que no discriminan entre novatos y veteranos, pueden arrastrarnos a un estado de desánimo profundo. Como dijo el abogado Antonio Sotillo con brillante ironía: “Perder la ilusión es un delito grave, aunque, por suerte, contamos con atenuantes que excusan nuestro cansancio”.
Cuando la motivación flaquea, el impacto en nuestro desempeño es inmediato. Nosotros, los abogados, conocemos bien el estándar de calidad que nos satisface; la experiencia nos ha enseñado a medir nuestro esfuerzo y a detectar cuando algo falla. En esos momentos de abatimiento —que no son raros—, corremos el riesgo de aflojar el paso, de tomar a la ligera nuestras responsabilidades o de dejar a medias lo que empezamos. Si esta actitud se prolonga, las consecuencias van más allá de la pérdida de prestigio o clientes: pueden rozar faltas deontológicas o incluso problemas legales.
Sin embargo, el abogado tiene algo del Fénix de la mitología: tras tocar fondo, renace con vigor renovado. Esa capacidad de resurgir no es casualidad, sino un rasgo esencial de quienes abrazan esta profesión. Pero no basta con esperar a que pase la tormenta. Hay que anticiparse, reducir el desgaste y volver al ruedo con la diligencia de siempre. La clave para lograrlo está en una virtud sencilla pero poderosa: la constancia.
La constancia es el motor que nos mantiene en marcha, incluso cuando las ganas flaquean. Es la decisión de avanzar hacia un objetivo, sorteando obstáculos internos y externos con esfuerzo sostenido. En la abogacía, esta cualidad es irrenunciable: la necesitamos para estudiar un caso a fondo, para defenderlo con firmeza ante un tribunal y para no rendirnos ante los reveses. Si logramos fijar metas claras, completar lo que empezamos y mantener el rumbo frente a las dificultades, estaremos forjando una herramienta esencial para alcanzar nuestras aspiraciones.
Entonces, ¿cómo cultivamos esa perseverancia en el día a día? Aquí van algunas pautas prácticas:
- Definir metas claras: Tener un propósito concreto que guíe cada paso.
- Alimentar el entusiasmo: Encontrar la chispa que nos impulse a perseguir esos objetivos.
- Actuar sin demora: Comprometernos con la tarea y empezar cuanto antes.
- Darlo todo: Poner esfuerzo, tiempo y pasión en cada etapa del camino.
- Priorizar el largo plazo: Resistir las distracciones y posponer las recompensas inmediatas.
- Afrontar los tropiezos: Ver las dificultades como retos a superar, no como excusas para abandonar.
- Repetir sin desfallecer: Crear el hábito de la constancia a base de insistencia, incluso en los detalles más pequeños.
En esencia, ser constantes significa plantarle cara a las presiones, levantarnos tras cada caída y volver a empezar con más determinación. Si incorporamos esta disciplina a nuestra rutina —incluso aceptando sacrificios menores como parte del proceso—, la perseverancia se convertirá en un pilar de nuestra vida profesional. Así, no solo sobreviviremos a los días oscuros, sino que los transformaremos en oportunidades para crecer como abogados y como personas.
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