Uno de los factores más determinantes para construir una relación de confianza sólida con el cliente es que este se sienta valorado no sólo por el abogado que asume la dirección del asunto, sino por todo el equipo del despacho. Ese sentimiento de ser tenido en cuenta, de no ser un número más, es la base sobre la que se asienta la lealtad del cliente y, en muchas ocasiones, el éxito del encargo.

Cuando un cliente acude al despacho, lo hace inmerso en una situación de conflicto o incertidumbre que irrumpe en su vida cotidiana. Ya sea por un litigio que compromete su patrimonio, su libertad o su reputación, o por una necesidad de asesoramiento estratégico para su empresa, el cliente está especialmente sensible, y lo que espera no es solo competencia técnica, sino que requiere igualmente seguridad, cercanía y una actitud proactiva por parte del profesional.

Y esta necesidad no desaparece cuando firma la hoja de encargo. Permanece y se extiende a lo largo de toda la relación profesional. Por eso, demostrarle que nos importa —como persona, como profesional, como empresario— no es algo accesorio, sino que es parte esencial del servicio jurídico que prestamos.

¿Cómo se demuestra este interés genuino? No hacen falta gestos grandilocuentes, sino que basta con actos sencillos, constantes y auténticos como los siguientes:

– Ser accesible.

– Contestar con agilidad.

– Llamar sin que el cliente tenga que reclamar información.

– Hacerle sentir cómodo cuando acude al despacho.

– Mantener la misma intensidad en cada fase del asunto, también cuando toca ejecutar una sentencia o reclamar unas costas.

– Mostrar interés sincero por su actividad o negocio, incluso cuando no haya ningún asunto “en marcha”.

Estas pequeñas acciones tienen un enorme impacto. Son las que convierten un servicio correcto en una experiencia memorable, las que diferencian a los abogados comprometidos de los meramente técnicos y las que más refuerzan el vínculo profesional a largo plazo.

Hoy, más que nunca, cuando atravesamos un contexto marcado por la velocidad, la sobreinformación y la deshumanización de muchas relaciones profesionales, marcar la diferencia está en lo sencillo:” levantar el teléfono”, interesarte por cómo está el cliente, preguntar sin que haya un motivo jurídico inmediato y ofrecerte sin esperar retorno inmediato.

Esa llamada, ese correo o ese gesto pueden parecer menor, pero no lo es, puesto que el cliente lo recordará. Y no lo hará por su contenido, sino por su significado.

Esto no es una estrategia, sino una actitud auténtica, y como tal, acaba construyendo una reputación que no se compra ni se improvisa: la de ser un abogado fiable, cercano, íntegro.

Dos ideas finales:

– Llama a todos los clientes, no solo a los activos. Todos, sin excepción, merecen tu interés.

– Hazlo desde la autenticidad, no desde el cálculo. No hay mejor técnica que la honestidad, ni mejor inversión que la que se hace en la relación humana.

Porque ser abogado, en el fondo, es eso: acompañar. Y acompañar empieza por demostrar que el otro nos importa.

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