La filosofía estoica ha experimentado un renacimiento en los últimos años, especialmente entre profesionales que se enfrentan a elevados niveles de presión y toma de decisiones constantes. Una de las profesiones que más puede beneficiarse de los principios estoicos es la abogacía, donde los abogados estamos continuamente lidiando con la incertidumbre, la adversidad y la constante toma de decisiones bajo una presión que suele desbordarnos (https://oscarleon.es/los-beneficios-de-la-filosofia-estoica-para-el-abogado-un-camino-hacia-la-serenidad-y-la-eficacia-profesional/). Siendo por tanto la capacidad de mantener la serenidad, la claridad mental y la perspectiva correcta en situaciones difíciles unos valores inapreciables para nuestra actividad, los principios del estoicismo pueden proporcionar un marco muy valioso para gestionar mejor nuestro día a día.
Este artículo se centrará en uno de dichos principios: la denominada dicotomía de control o la distinción entre cómo actuar frente a lo que está bajo nuestro control y lo que no lo está, y exploraremos cómo este principio puede aplicarse en el ámbito legal, con algunos ejemplos prácticos.
Uno de los preceptos más conocidos del estoicismo, especialmente a través de la figura de Epicteto[1], es la diferencia entre lo que se encuentra dentro de nuestro control y lo que no. Los estoicos sostienen que solo podemos controlar nuestras propias acciones, pensamientos, emociones y actitudes. Por el contrario, todo lo que ocurre fuera de nosotros, como el comportamiento de otras personas, los eventos externos o los resultados de una causa, escapan totalmente a nuestro dominio. Por lo tanto, los estoicos nos animan a enfocarnos únicamente en lo que podemos influir directamente y a aceptar con serenidad aquello que no podemos cambiar.
En la abogacía, este principio tiene una relevancia fundamental, ya que la naturaleza del trabajo de un abogado implica una interacción constante con factores externos que no siempre se pueden predecir ni controlar: el comportamiento de un cliente, el fallo de la sentencia, la estrategia del abogado contrario, o incluso la forma en la que el juez, ese día, gestiona el desarrollo del juicio. Sin embargo, lo que sí podemos controlar es nuestra preparación y cómo podemos manejar y ser capaces de responder a estos factores externos. En lugar de consumir energía preocupándonos por lo que no podemos modificar, podemos aprender a enfocarnos en las áreas en las que sí tenemos poder y responsabilidad directa.
Veamos a continuación algunos ejemplos de aplicación de este principio en nuestra profesión.
La gestión de la ansiedad en los casos inciertos
Uno de los mayores desafíos a los que se enfrenta un abogado es la incertidumbre inherente al resultado de los asuntos que lleva. A pesar de toda la preparación, los abogados no pueden predecir con certeza cómo se desarrollarán las negociaciones o el juicio, ni cuál será la decisión final del juez o el tribunal. El estoicismo enseña que, en lugar de centrarnos en la incertidumbre o el miedo al fracaso, debemos enfocarnos en la preparación y en hacer todo lo posible dentro de nuestras capacidades.
Imaginemos que un abogado está preparando un caso complejo con múltiples factores inciertos, como, a modo de ejemplo, un testigo clave que podría cambiar su testimonio o una norma que podría interpretarse por el juez de forma manera diferente a la interpretación que nosotros invocamos. En lugar de quedar atrapado en la ansiedad por lo que podría salir mal, el abogado puede concentrarse en lo que sí puede controlar: su preparación exhaustiva, la claridad de su argumentación, su habilidad para anticipar las posibles líneas de defensa del oponente, y la calidad de su relación con el cliente.
El estoicismo sugiere que lo único sobre lo que un abogado tiene control total es su esfuerzo y dedicación. Aceptar lo que no se puede prever ayuda a liberar la mente de la ansiedad y a tomar decisiones más racionales.
Reacciones ante el comportamiento de los oponentes
En cualquier proceso legal, los abogados a veces tienen que enfrentarse a situaciones en las que la tensión del caso lleva a enfrentamientos o situaciones en las que las partes adversas o, en ocasiones, el propio compañero adverso adopta actitudes o tácticas agresivas que no son de recibo desde una perspectiva deontológica. En estos supuestos es fácil caer en la tentación de reaccionar emocionalmente, lo que podría dañar la reputación profesional o incluso comprometer la correcta defensa del caso.
Supongamos que el abogado contrario lanza ataques personales durante un juicio, tratando de intimidar o desestabilizarnos. Un abogado que sigue el principio estoico sabe que no puede controlar el comportamiento del oponente, pero sí puede elegir cómo reaccionar. En lugar de responder con ira o frustración, puede optar por mantener la calma, mantenerse centrado en los hechos y refutar los ataques con argumentos lógicos y evidencias sólidas. De esta se mantendrá el control de la situación proyectando, a la vez, profesionalidad ante el juez.
Y ello está en concordancia de lo que enseña estoicismo: que nuestra paz interior no debe depender de las acciones externas, sino de nuestras propias reacciones.
Afrontar la frustración por los resultados de un caso
El resultado de un juicio o una negociación no siempre depende exclusivamente del esfuerzo del abogado. Innumerables factores externos o las circunstancias de última hora pueden alterar el curso de los eventos. En estos casos, es natural que los abogados se sientan frustrados si no consiguen el resultado que esperaban. Sin embargo, el estoicismo, insistimos, propone que nuestra felicidad no debe depender de los resultados externos, sino de nuestra actitud ante los mismos.
Así, si un abogado ha dedicado meses a preparar un caso y, a pesar de su esfuerzo y habilidad, el tribunal falla en contra de su cliente, la frustración y el desánimo pueden ser inevitables, pero un abogado estoico comprendería que no se puede controlar el resultado del proceso. En lugar de lamentarse, el abogado reflexionaría sobre lo que aprendió del caso y cómo mejorar en el futuro. La clave aquí es aceptar la realidad de la derrota sin permitir que afecte nuestro sentido de valía personal.
Podríamos seguir recogiendo situaciones en las que puede aplicarse este principio (gestionar adecuadamente la actitud de un cliente frustrado, mantener la compostura en sala ante un testigo o un perito retador, responder a una situación de crisis de personal o económica del despacho, etc.)
En conclusión, la integración de los principios estoicos, especialmente la distinción entre lo controlable y lo incontrolable, puede ser una fuente de fortaleza y claridad para los abogados. Más allá de los resultados individuales, esta filosofía contribuye a la construcción de una práctica legal más consciente, resiliente y orientada a la fortaleza del profesional.
[1] Epicteto fue un filósofo griego nacido hacia el año 50 d.C. en Hierápolis, una ciudad de Asia Menor (actual Turquía). Es una de las figuras más destacadas del estoicismo. Epicteto nació como esclavo, y su amo fue un funcionario imperial en Roma. A pesar de su condición, tuvo acceso a la educación y estudió filosofía bajo el tutelaje de Musonio Rufo, un renombrado filósofo estoico. Fue liberado y comenzó a enseñar filosofía en Roma. Sin embargo, cuando el emperador Domiciano expulsó a los filósofos de la ciudad en el año 93 d.C., Epicteto se trasladó a Nicópolis, en Grecia, donde fundó su propia escuela.
2 comments
Muy buen artículo.
¿Cómo indican los principios estoicos que se debe actuar frente al inevitable error que todos como seres humanos a veces cometemos?
¿Cómo se concilia el principio estoico de la dicotomía del control con el inevitable error inherente a la condición humana?