Ebenezer no entendía la reacción de sus compañeros y del personal del despacho; ¿era o no era el 24 de Diciembre un día hábil para trabajar? Entonces, ¿a qué tanta mala cara?...1

En estas elucubraciones se encontraba nuestro abogado cuando a las seis en punto escucho la puerta de entrada cerrarse por última vez. Ahora era todo silencio, y disponía de toda la tarde y parte de la noche para revisar algunos expedientes y terminar de examinar la última reforma en materia tributaria.

Con una mueca entre sonrisa y desprecio recordaba las súplicas de su sobrino  – que se encontraba cursando las prácticas curriculares en el despacho – , cuando, de forma vehemente, le decía que hoy era un día muy especial, y que todos deseaban pasar, al menos la tarde, en compañía de sus familiares y amigos. Es más, se había atrevido a invitarle a que pasara con ellos la Navidad… ¡Iluso!, ¿no era la soledad su única y mejor compañía?

Ebenezer lo tenía más que claro: hay que aprovechar el tiempo y trabajar todo lo posible, pues nunca se sabe cuándo pueden llegar las vacas flacas, y trabajo no faltaba en aquel despacho, creado con el sudor de su frente y alma desde hacía más de cuarenta años. ¿Qué sentido tenían tantas fiestas seguidas – se preguntaba retóricamente –  , sino el de boicotear el ritmo de crucero que llevaba su despacho hacia el prestigio, la fama y, por supuesto, el dinero? –. Para colmo, con tanta fiesta y los malditos regalos, los clientes se hacían los remolones y Diciembre se convertía en un mes tortuoso para su cuenta de resultados.

Pasadas un par de horas,  Ebenezer decidió ir al office a prepararse un café – la noche sería larga, y había que estar despierto, pensó – . Al incorporarse, escuchó un portazo y, enarcando las cejas y sonriendo pensó que no había predicado en el desierto, pues alguien se había quedado más tiempo a sacar el trabajo adelante. Lástima que no supiera quien era el diligente y modesto trabajador. No obstante, el próximo día hábil lo preguntaría.

De camino al office observó que todas las luces se encontraban encendidas, incuso la calefacción de todas las oficinas, lo que le provocó un gran malestar, pues tenía terminantemente prohibido que se encendiera la calefacción, y respecto a las luces, ya hablaría con la secretaria ¡Es que nos habíamos vuelto locos! Se dijo mientras apagaba las mismas.

Moraba en estos pensamientos mientras se preparaba un café bien cargado cuando notó un fuerte malestar en el pecho, un dolor agudo muy punzante, lo que hizo sentarse durante unos minutos hasta que recobró el aliento. Tendría que ir al médico – se repitió como tantas otras veces -, pero – pensó -, a ver de dónde saco el tiempo…

Al salir del office, sobrecogido, no pudo más que dejar caer la taza de café al suelo, pues nuevamente, las luces y calefacción se encontraban encendidas. Esto comenzó a preocuparle, pensando en el portazo que hace un rato había escuchado. ¿Había entrado alguno de sus colegas y le estaba gastando una broma pesada?,  ¿sería un ladrón? Con estas reflexiones, apagó nuevamente las luces y calefacción y regresó a su despacho acongojado.

Cuando entró en la habitación lanzó un grito de espanto, pues sentado en su escritorio se encontraba una figura similar a la de monje, ya que llevaba un hábito negro, de tela basta, con una capucha que cubría el rostro, prenda que solo permitía ver unas manos esqueléticas y que más que piel, se cubrían con algo parecido a un pellejo descarnado.

La figura lo observaba desde la oscuridad de la capucha con una inexpresividad terrorífica.

Coincidiendo con el terrible encuentro Ebenezer sintió otra una fuerte punzada, esta vez, de mayor intensidad que la anterior, cayendo al sofá casi agonizante, aunque sin perder de vista al encapuchado, que se había incorporado y se dirigía al sofá portando una guadaña.

Comprendiendo inmediatamente el significado de aquella presencia, Ebenezer, con una mirada de súplica en su rostro pidió aquel Ángel de la Muerte un último deseo: ¿Podrías darme unos minutos para dejar una nota?  – le espetó -, a lo que la pavorosa figura asintió levemente con un gesto mientras sus huesudas manos retorcían la vieja guadaña con una inequívoca impaciencia

El abogado, con lágrimas en los ojos comenzó a escribir…

Aprovecha la vida y haz un buen uso de tu tiempo. El trabajo no puede ser el único valor y sentido de tu vida; no descuides a tu familia, a tus amigos y a todo lo que la vida te regala cada día, pues en verdad perdí toda la vida olvidando las verdaderas cosas importantes. Averigua de corazón lo que es importante para ti y préstale el tiempo y la atención que merece.

Ebenezer.

………………….

Un fuerte portazo lo despertó – Ebenezer que se había quedado dormido sobre el teclado de su ordenador – , y su primera impresión de temor se tornó en calma y sosiego, pues lo que alcanzó a ver fue la pantalla encendida con un delirante texto formado por infinitas zzzzzzzzzzzzzzzzzzzz. A continuación, encontró la nota de su puño y letra que escribió la noche anterior ante aquella terrorífica visión, y comprobó en la pantalla la fecha: 25 de diciembre; se restregó los ojos y volvió a comprobarlo en el móvil. ¡Es 25 de diciembre y estaba vivo! ¡Todo había sido un sueño! Pero, ¿y la nota? ¿cómo había podido escribir la misma nota del sueño? Dios mío – pensó –, esto no es casualidad -, y a continuación -se dirigió a la ventana, la abrió de par en par y respirando profundamente el frío aire de la mañana, agradeció, como nunca lo había hecho, la suerte de estar vivo.

Con este ánimo, decidió acercarse al Hospital para someterse a un chequeo y, después, llamaría a su sobrino aceptando la invitación para pasar la Navidad en compañía de sus familiares.

Al dirigirse a la salida, comprobó con un leve sobresalto que las luces y la calefacción estaban encendidas. Sonrió, y dando un portazo, abandonó el lugar.

La luz y el calor en la que quedaría sumido el despacho durante aquel día festivo, le acompañarían el resto de su vida.

 

 

 

1.-Adaptado de Un Cuento de Navidad de Dickens y  un cuento de Idries Shah, El Camino del Sufi. Editorial Paidos.