Decía don Manuel Cortina “los pleitos hay que vivirlos como propios y sentirlos como ajenos”, frase proverbial que recoge un principio esencial en la práctica profesional de todo abogado: no podemos implicarnos emocionalmente en la defensa de los intereses de nuestros clientes. Sin embargo, la realidad es que muchos abogados incumplen inconscientemente dicha regla, y, quizás sin saberlo, al implicarse demasiado pueden llegar a sufrir situaciones verdaderamente patológicas.

Efectivamente, en ocasiones el abogado se preocupa enormemente por los casos que está defendiendo, de tal modo que no puede dejar de pensar en los mismos y en su posible resolución. Esta situación, que podría considerarse positiva si se adopta con cierta prudencia, se vuelve patológica cuando la implicación es tal que comenzamos a sufrir como si del propio cliente se tratara. Así, nos desvelamos por la noche pensando en el caso, nos indignamos ante el mero pensamiento de la conducta del contrario, anhelamos una solución favorable y, literalmente, sufrimos pensando en un posible fracaso ante nuestro cliente. Las consecuencias de esta actitud no se hacen esperar; insomnio, úlceras, distracciones e incluso cierta agresividad que van a pasar factura tanto a nuestra vida personal como profesional.

De disponer de moderación de su implicación emocional, el abogado será empático, comprenderá la situación de su cliente, y hará todo lo profesionalmente posible por llevar el caso a buen término, pero preocupándose lo estrictamente necesario, pues es sabedor que implicarse emocionalmente con el cliente no trae nada bueno. Lógicamente, en ocasiones, vivirá emociones muy intensas, pero las más veces por su propia responsabilidad, más que por sentir lo que vive o vivirá su cliente. Es sabedor que con un cierto punto de pasión profesional no solo asesorará y defenderá a su cliente con más eficacia, sino que tendrá la oportunidad de disfrutar a conciencia del camino profesional que recorre a diario.

Por el contrario, el actuar involucrado e identificado con el interés del cliente nublará el conocimiento del defensor, pues su juicio no será sereno y discreto, sino que estará afectado por la pasión del propio cliente, lo que le hará perder criterio e independencia y, sobre todo, le hará vivir unas emociones que, con cada caso, se volverán frecuentes o muy intensas desde una perspectiva negativa (ira, tristeza, ansiedad, etc.).

Pero, ¿cómo podemos alcanzar el punto medio de implicación entre ambos extremos?

Para ello vamos a establecer una serie de razones a modo de consejos que podrían ayudarnos a reflexionar sobre lo pernicioso de una excesiva implicación con nuestro cliente y su asunto:

1º.- Cuando el cliente se presenta en el despacho del abogado viene para que lo asesore y defienda y ¿sabes por qué?, porque él se ha metido o alguien lo ha metido en el problema en el que se encuentra. La causa última de que esté en el despacho deriva del propio cliente, quien lo que busca es ayuda en forma de asesoramiento. Si te vas a angustiar por lo que otro ha hecho, viviéndolo como si tú fueras el causante del problema, prepárate para sufrir. Por ello, cuando te veas implicándote más de la cuenta piensa en que la raíz del problema que estás solucionando es completamente ajena a ti, y te aseguro que te ayudará a ver las cosas desde otra perspectiva.

2º.- Aunque a veces los clientes piensan que si el abogado está emocionalmente implicado en el caso realizará una mejor defensa. Sin embargo, están completamente equivocados. Efectivamente, el abogado debe crear una distancia emocional con su cliente que le permita alejar la subjetividad que éste va a imprimir a todas sus acciones, pues siendo objetivo, es como podrá barajar todas las alternativas de defensa posibles, sea cual sea la incomodidad, malestar o incluso discrepancia de su cliente.

3º.- ¿Ves a esos compañeros que cuando llegas a la puerta de la sala acompañando a su cliente y cuando los miras te vuelven la espalda o te responden con hostilidad? Pues esos compañeros están excesivamente implicados con sus clientes hasta el punto de que temen que éstos les recriminen que hablen o incluso saluden al “enemigo”. La excesiva involucración conduce inevitablemente al incumplimiento de obligaciones deontológicas como la lealtad a los compañeros, que flaco favor le hacen a nuestra profesión.

4º.- ¿Tú no tienes tus propios problemas? Pues, ¿para qué quieres más problemas? Si te identificas con tu cliente asumes el suyo, esto te llevará a padecer en un grado muy aproximado a lo que sufre el cliente. Y digo yo, ¿para qué? ¿Para ignorar tus problemas y centrarte en los del cliente? Mal negocio…

5º.- Si te involucras más de la cuenta acabarás física y psíquicamente destrozado, no lo dudes.

Tú decides, y en tu decisión hay mucho en juego.

 

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