Couture dedica su tercer mandamiento del decálogo al complemento perfecto del estudio y el pensamiento (ya examinados en los dos primeros mandamientos): el trabajo del abogado, que define como la ardua fatiga puesta al servicio de la justicia.

Partiendo de una descripción ejemplificativa de los cien asuntos que pasan por el despacho de un abogado, Couture va asociando a sus distintas tipologías diversas exigencias a la laboriosidad del profesional (trabajo rutinario, tramitaciones, trabajo intenso, etc.) concluyendo con los casos más complejos, en los que considera se encuentra la esencia de la abogacía, esos casos grandes por la magnitud del esfuerzo físico e intelectual que demanda el superarlos. Son esos casos que requieren un sistema nervioso a toda prueba, sagacidad, aplomo, energía, visión lejana, autoridad moral y fe absoluta en el triunfo.

Con ello, Couture se está refiriendo a esa laboriosidad del abogado que se desarrolla en un clima emocional muy complejo en el que, en ocasiones, los límites de nuestra resistencia se ven superados por la propia naturaleza emocional de los casos, las actitudes de quienes participan en el litigio (desde el cliente hasta el juez, pasando por el abogado adverso), e incluso por el resultado de nuestro esfuerzo, materializado a veces en una sentencia que echa por tierra años de trabajo.

Y así es, pues la fatiga y la preocupación son constantes en la vida del abogado, hasta el punto que ni siquiera el tiempo o la experiencia acaba con estas exigencias; cierto que la práctica de los años puede mitigar y reducir sus efectos, pero al no existir en nuestra actividad línea de llegada, aquellas siempre nos acompañarán de una u otra forma.

Ya lo decía en 1903 el abogado francés Henry Robert en dos sentencias antológicas:

“La abogacía es, a la vez, la mejor y la peor de las cosas. La mejor, porque no existe profesión más bella ni más apasionante; la peor, porque no hay existencia más fatigosa, ni que acapare en mayor grado el cerebro y el tiempo del que a ella se consagra el abogado.”

“Al abogado le es casi imposible librarse de toda preocupación, porque su lugar de trabajo no es su despacho, sino su cerebro y su vida entera.”

Sí, los abogados tenemos que ser laboriosos, no solo porque nuestra actividad conlleve necesariamente la realización de un trabajo, sino porque la laboriosidad entraña un plus sobre el mero cumplimiento de una obligación, transformándose en un verdadero valor o virtud, a través del cual el profesional realiza su actividad con esmero, centrado en el detalle, y orientado a la consecución del mejor resultado posible atendiendo a las circunstancias.

De este modo, el trabajo constante, serio, ordenado y finalista constituye el mejor motor para el crecimiento profesional basado en la excelencia, pues todos sabemos que no hay dos casos iguales, que cada cliente es diferente, como lo es cada juez que resuelve el caso…Tantos matices, tantas situaciones y emociones en juego, hacen que nuestra aplicación al trabajo constituya un silencioso reto ilusionante en el que siempre aprendemos algo, y ello a pesar de la Espada de Damocles de una sentencia desfavorable, que siempre estará acechando a pesar de la confianza y optimismo en nuestra defensa.

A pesar de todas las dificultades, la laboriosidad nos premia no solo con la satisfacción del trabajo bien hecho, sino que, además, nos inculca habilidades esenciales para nuestra maduración profesional:

– Nos hace más constantes, tenaces y persistentes.

– Desarrollamos nuestra paciencia.

– Somos más resistentes al fracaso y más tolerantes a la frustración.

– Actuamos con una perspectiva a medio y largo plazo desterrando las conductas cortoplacistas que buscan la gratificación inmediata.

– Concedemos al trabajo un pleno sentido humano.

– Aprendemos a vivir con la renuncia, sabedores de que el esfuerzo merecerá la pena.

Igualmente, Couture nos indica que la opinión pública juzga el trabajo del abogado con el mismo criterio con el que otorga el título a los campeones olímpicos: por la reserva de energías para decidir la lucha en el empuje final, lo que nos lleva a la importancia de la constancia, perseverancia y disciplina, pilares del trabajo.

Pero no hemos de olvidar que Couture asocia el trabajo a la lucha por la justicia, recordándonos que dicha búsqueda no solo constituye un medio de vida para el profesional, conllevando igualmente un compromiso ético con el conjunto de la sociedad, y en especial, con los más indefensos.

Creo firmemente que los sinsabores de la abogacía son superados a fuerza de conciencia y conocimiento de nuestro trabajo y un amor a la profesión que solo nos lo puede insuflar la vocación por el derecho y el ejercicio de una autoexigencia de mejora continua en lucha por la justicia. Y esto es verdaderamente impagable.