Todos conocemos a abogados que lo pasan verdaderamente mal cuando en su vida profesional, es decir, durante la tramitación del encargo de un cliente, se dan situaciones que no se ajustan a sus expectativas y que perturban considerablemente lo que esperaban y deseaban. Nos referimos a supuestos en los que se dicta una resolución judicial desfavorable (especialmente inesperada), se rompe o nos vemos forzados a claudicar en una negociación, el cliente nos deja o no nos paga nuestros honorarios, y así un largo etcétera de situaciones en las que las cosas diarias se complican. En estos casos, el profesional, más frecuentemente el abogado joven, se siente frustrado, con malestar, incapaz de tolerar la situación que se torna insoportable.
¿Qué está ocurriendo? ¿por qué el abogado padece esta situación?
Nos estamos refiriendo a lo que viene denominándose como baja tolerancia a la frustración, conducta de la que nos vamos a ocupar con la finalidad conocer los fundamentos de la misma y así alertar a los compañeros de profesión para que reflexionen y analicen si en su actitud pudieran existir elementos que se identifiquen con algunos de los aspectos de la baja tolerancia a la frustración y así adoptar medidas correctoras.
El Dr. Albert Ellis estudió y analizó estas conductas en la década de los sesenta concluyendo que la baja tolerancia a la frustración es una creencia irracional que se define como una incapacidad para aceptar las situaciones y a las personas como son, al considerar a través de esta creencia que las cosas deben ser de una determinada manera, poco realista y objetiva, es decir, incongruente con la realidad. Esta creencia se enunció en los siguientes términos: «Es tremendo y catastrófico el hecho de que las cosas no vayan por el camino que a uno le gustaría que fuesen». Consecuencia de dicha creencia, para estas personas los eventos que suceden y no se ajustan a sus deseos les provocan un desequilibrio emocional caracterizado por interpretar lo sucedido como terrible, trágico e insoportable.
El origen de esta creencia procede de nuestra infancia. Efectivamente, esta baja tolerancia a la frustración en los niños más pequeños es normal pues en dicho periodo su único y vital objetivo es satisfacer sus necesidades fisiológicas básicas, que son las más urgentes, como la alimentación y la comodidad. Al crecer, desarrollan la tolerancia a la frustración al experimentar que no siempre pueden obtener lo que desean, y al mismo tiempo, van aprendiendo a satisfacer ellos mismos sus propias necesidades con una mayor autonomía. Sin embargo, por cuestiones de educación, muchos menores desarrollan creencias contrarias, basadas en la necesidad de que todos sus deseos se cumplan como si todos sus deseos fuesen necesidades orgánicas tan poderosas y urgentes como comer, respirar o saciar la sed, lo que hace que al alcanzar la madurez tengan que enfrentarse a la realidad de la vida continuando con los llantos, pataletas y escándalos con que afrontaban los problemas en su niñez.
De este modo, las personas con baja a la tolerancia a la frustración consideran que sus deseos y necesidades están por encima de cualquier otra cosa o persona, incluidas las leyes o las normas sociales y por tanto no pueden soportar que las cosas no salgan como ellos quieren. Como señala Albert Ellis: “la persona más perturbada exige, insiste, impera u ordena dogmáticamente que sus deseos se satisfagan y se pone exageradamente angustiada, deprimida u hostil cuando no quedan satisfechos”
Partiendo de dicha creencia, las personas con baja tolerancia a la frustración podrían identificarse por las siguientes características:
– Tienen una sensibilidad excesiva hacia todo lo desagradable magnificando la faceta peor de cada situación.
– Son personas impulsivas, pues hacen lo que desean en el mismo momento en que ese deseo aparece en su mente sin ser capaces de soportar la espera.
– Se sienten víctimas, se quejan continuamente, culpan a los demás y al mundo.
– Tienden a huir, lamentarse, armar un escándalo o intentar hacer desaparecer el problema como sea para no sentir.
– Son propensos a postergar la resolución de los problemas Tienden a evitar dichos sentimientos en el ahora, es decir, en el corto plazo, en lugar de centrarse en el bienestar que conseguirían a largo plazo si lograran tolerar la frustración.
– Con frecuencia se sienten de mal humor, agitados, ansiosos, tristes, resentidos, humillados o enfadados con el mundo.
En el opuesto de la baja tolerancia a la frustración se encuentra la alta tolerancia a la frustración que no es más que la capacidad para tolerar o hacer frente a las situaciones que no se ajusten a nuestros deseos y necesidades como consecuencia de disponer de unas creencias más realistas y ajustadas a la realidad. De este modo, ante los problemas, si bien la persona puede sentir contrariedad o malestar, ello no le impide continuar con la búsqueda de sus objetivos.
Por lo tanto, a la vista de la anterior información, ya podemos ir calibrando que aspectos de nuestra persona pueden estar gobernados por parámetros de alta o baja tolerancia a la frustración, pues es evidente que en el quehacer diario de los abogados se producen situaciones que van a requerir, por ejemplo, la toma de decisiones para resolver problemas; el empleo del factor tiempo a emplear en la resolución de dichos problemas, actuando de inmediato o postergando la resolución; una respuesta emocional determinada y adecuada ante las situaciones que nos ayude a interpretar como afecta el éste a nuestros intereses y los de nuestro cliente, escenarios que en definitiva van a ponernos a prueba ir creciendo como abogados.
Como remedios para aumentar nuestra tolerancia la frustración podríamos destacar los siguientes:
1º.- Siendo conscientes de nuestras emociones y sentimientos en lo relativo a nuestra tolerancia a la frustración.
2º.- Analizando si cuando reaccionamos mal estamos ante deseos o necesidades orgánicas. Como señala Ana Múñoz, si reaccionas de forma demasiado intensa ante las frustraciones, piensa que estás reaccionando como si tus deseos fuesen necesidades orgánicas que necesitan satisfacción y alivio inmediato, lo cual es erróneo y exagerado. Todo el mundo desea que las cosas les salgan bien, no cometer errores, tener una vida fácil, ser felices, ser correspondido por quienes aman, etc. Si ves todo esto como simples deseos que pueden cumplirse o no, sabrás manejar mejor las inevitables situaciones en las que eso no suceda. En cambio, si los consideras como necesidades que debes y exiges satisfacer o que se te satisfagan de inmediato, puedes tener muchos problemas. Imagina, por ejemplo cómo reaccionarán dos personas con alta y baja tolerancia a la frustración ante el rechazo de la persona que aman.
3º.- Empleando la lógica, y comprobando si existe evidencia sobre si estas actitudes son útiles a través del control de los impulsos.
4º.- Alejarse voluntaria y deliberadamente de la zona de confort en la que estamos cómodos.
5º.- Afrontar situaciones temidas a través de la exposición o la terapia de exposición gradual.
Como conclusión, podemos afirmar que el abogado debe disfrutar de una capacidad de alta tolerancia a la frustración, pues quien no sepa controlar la respuesta emocional a las situaciones en las que interviene el abogado está literalmente perdido en este mundo, disponiendo de dos opciones, cambiar para crecer o abandonar….
Triste, pero real como la vida misma.
2 comments
Sabias reflexiones y recomendaciones.
Esta profesión exige un permanente control emocional situándose el abogado en un punto de equilibrio entre «yo» y » los otros» ( que son muchos y variopintos), con la distancia adecuada respecto a cada uno de los agentes jurídicos y comprendiendo bien la parcela de responsabilidad de cada cual. Es necesario un continuo análisis objetivo de los resultados con voluntad diaria de renovación o revisión de planteamientos, como simple método de eficacia. Porque es la vida misma. Un saludo cordial.
Muchas gracias por tu comentario Isabel. Efectivamente, ¡es la vida misma!