Doña Pepita y los abogados de barra

Se dice que los ejemplos favorecen comprensión de las ideas que queremos transmitir, y si aquéllos se exponen a través de un cuento, el éxito está casi garantizado. Digo esto, porque con el fin de ilustrar la idea del daño que nos hacen a los abogados aquellas personas que, sin conocimientos legales, aconsejan a nuestros clientes sobre el caso que nos tienen encomendado, hoy me permito transcribir el capítulo 56 de mi libro AVENTURAS Y PERIPECIAS DE UN JOVEN ABOGADO  enlace https://oscarleon.es/nuevo-libro/   Espero que te guste…

“Todos los abogados hemos sido alguna vez víctimas indefensas de esta epidemia incontrolada que vengo llamando “abogados de barra”. Con este término trato de denominar a aquellos sujetos que, sin tener vinculación alguna con el mundo del derecho, se sienten con la potestad de jugar a ser abogados (habitualmente al calor de la barra de un bar), aconsejando a otros sobre aspectos legales del caso (el cual ya está siendo atendido por un abogado de verdad).

Si bien vamos hablar del género legal, estos profesionales del consejo lego también afectan a otros sectores; si no, que les pregunten a los médicos, arquitectos y otros profesionales.

Los abogados de barra, aunque no lo parezca, han jugado y juegan un papel relevante en las relaciones entre todo abogado y su cliente. Ello es así dado que con sus sugerencias, indicaciones e insinuaciones logran minar la confianza que preside nuestra relación con el cliente hasta el punto que, como no corrijamos la situación a tiempo, podemos llegar hasta perderlo. ¡Y esto lo sé de buena tinta!

Doña Pepita era una buena clienta del despacho; bajita, de mediana edad, regordeta y siempre vestida de negro por un luto perenne a su difunto esposo. Tenía esa sabiduría de la gente de pueblo y, cuando te hablaba, sabía darte coba mejor que nadie. De hecho, creo que fue la clienta a quien más “descuentos” de honorarios he realizado en toda mi vida. Entre los numerosos asuntos que le llevaba (su difunto esposo había dejado más de un problemilla en su triste partida), destaco aquel que comenzó con una visita en la que me contó que su hijo Pascualete había sufrido un accidente de tráfico cuya lesión resultante en su rodilla lo tendría impedido bastante tiempo. Ella, como solían decir muchos clientes “no quería dinero, pero que se hiciera Justicia”, aunque para mis adentros yo siempre pensaba (y sigo pensando) que, si la Justicia viene con un pan debajo del brazo, mejor que mejor.

Una vez analizadas las lesiones y otros factores a tener en cuenta, llamé a doña Pepita un viernes y le informé de los cálculos del importe que podríamos reclamar a la compañía aseguradora, el cual, según mis números, ascendía a unas 35.000 pesetas. Recibió la noticia con alegría, dándome instrucciones de que siguiera con la reclamación.
Sin embargo, el lunes siguiente y a primera hora, doña Pepita me llamó para pedir cita, a ser posible esa misma mañana. Un par de horas más tarde me encontraba con mi clienta, mostrando un semblante torcido que aventuraba algún problema. La conversación que mantuvimos fue la siguiente:

- Don Óscar, Vd. me dijo el viernes que podíamos sacar 35.000 euros por lo de mi hijo.
- Efectivamente, así es –respondí–.
- Pero es que según me he informado, al hijo de la Rosario, una vecina del pueblo, le ha pasado lo mismo y le han dado 100.000 pesetas. (Llegados a este punto me preocupé, pues sabía que los esfuerzos que haría a continuación podían caer en saco roto; así que calculé al máximo mis palabras).
- Vamos a ver Pepita, ¿de dónde me saca Vd. eso?
- Pues me lo ha dicho la propia Rosario.
- ¿Y acaso Rosario es abogada para saber las circunstancias en las que se encuentra su hijo? ¿No se da cuenta de que las lesiones de su hijo y las del hijo de la tal Rosario pueden ser muy distintas?
- Es que el marido de Rosario se lo ha dicho también a mi hijo en el bar.
- Insisto Pepita, ¿no ve que no es el mismo caso, y que las lesiones y las circunstancias vinculadas a las mismas pueden ser muy diferentes? (Esto lo entendería un niño de guardería, pero en ese momento doña Pepita venía tan obnubilada que no entendía nada).

Doña Pepita se marchó del despacho muy contrariada y con la sospecha de que su abogado estaba haciendo mal su trabajo, pues a la vista estaba que yo no tenía idea, y 65.000 pesetas de diferencia no eran moco de pavo.
Al no quedarme tranquilo con la situación, opté por una medida radical. Llamé a doña Pepita al día siguiente y, con un tono de absoluta seguridad, me dirigí a ella en los siguientes términos:

- Pepita, Vd. tiene confianza en mí como su abogado.
- Sí, claro que la tengo –me dijo, sorprendida–.
- Entonces –le dije– si Vd. confía en mí, que sepa que no quiero volver a oír más que me hable del caso del hijo de Rosario.
- Bueno, pero es que Vd. podría informarse y llamar al abogado que…
- Mire Vd. – la interrumpí–, yo no llamo ni a Rosario, ni a su hijo, ni a su marido ni a su abogado. Yo tengo muy claro lo que le corresponde a su hijo, y si Vd. no confía en mí la cosa tiene fácil arreglo.
- ¿A qué se refiere? –preguntó con tono de duda–.
- Pues que si quiere, puede llevarse todos (y este “todos” lo subrayé especialmente) sus asuntos del despacho y que el tema se lo lleve al abogado ese, que parece ser tan bueno.
- No, no, don Óscar, yo confío en Vd. –respondió doña Pepita, tras un largo silencio–.

Y así concluyó tan antipática situación. Al cabo de unos meses, cerramos el acuerdo por 37.000 pesetas, el hijo ya recuperado recibió su indemnización y caso cerrado. No obstante, aunque siguió realizando encargos, poco a poco la relación se fue enfriando, llegando un momento en que no supe más de doña Pepita. Estoy convencido de que este alejamiento tuvo su origen en el triste hecho del que os he dado noticia.

“Abogados de barra” siempre han existido. Fray Antonio de Guevara, ya en la época de los descubrimientos, nos advertía al respecto: «aconsejar es un oficio tan común que lo usan muchos y lo saben hacer muy pocos». Más tarde La Rochefoucauld nos avisaba de lo mismo: «Nada se da con tanta liberalidad como los consejos»; siglos después, Pío Baroja, en El Tablado del Arlequín, uno de sus personajes afirma: «En España, todo el mundo es abogado mientras no se demuestre lo contrario». ¡Qué gran verdad! Los españoles solemos tomarnos con mucha ligereza eso de aconsejar y, cuando están en juego cuestiones jurídicas en las que el patrimonio, el honor o la libertad de alguien están en juego, el consejo se da sin ser solicitado, pues todos queremos ayudar.

Curiosamente, la ayuda o consejo de estos individuos suele ser siempre contraria a la labor que está desarrollando el abogado. De este modo, se va sembrando la duda en el cliente, quien a las primeras de cambio te comparte su resquemor con mayor o menor claridad, generándose así una incómoda situación nada agradable para el abogado. Del mismo modo, esta situación puede llegar a alcanzar cotas hilarantes cuando el cliente, motivado por su “abogado de barra”, te da un auténtico consejo legal.

Desgraciadamente, no podemos evitar estos riesgos, pues ya tenemos bastante con la intensidad emocional que soportamos en la relación con el cliente como para encima ponerle un guardaespaldas. Sin embargo, sí que podemos hacer algo cuando tengamos la leve sospecha de que el cliente viene mediatizado y condicionado por el consejo de este individuo.

En estos casos hay que ser claro, directo y entrar a fondo, con absoluta seriedad y gravedad, dejando sentada nuestra autoridad en la materia en cuestión y advirtiéndole que no vamos a entrar en tal o cual discusión provocada por ese tercero. Nada de darle importancia al argumento traído del bar pero sí al hecho de la intromisión, explicitando que la relación está basada en la confianza y que, si el cliente duda de nuestra intervención, no podremos continuar con el asunto.

Desde entonces, no permití que los “abogados de barra” ensuciaran mi trabajo pues, como decía el bueno de Lope de Vega: «los consejos no pedidos son desaciertos pesados».

Puedes obtener tu libro en este enlace https://oscarleon.es/nuevo-libro/  . Los suscriptores de este blog pueden aplicar un descuento del 15 % sobre el precio de venta. Para ello habría indicar el cupón con clave DESC15