Uno de los deberes fundamentales del abogado cuando el cliente llama a su puerta es transmitirle tranquilidad y serenidad, pues ya sabemos que éste suele estar atravesando un momento complicado y, por tanto, el apuntalar la relación transmitiéndole confianza y seguridad le ayudará sin duda a sentirse más cómodo durante el duro trayecto que tiene que recorrer en nuestra compañía, lo que coadyuvará igualmente a la tan ansiada fidelización del mismo.

Si descendemos al campo del litigio, qué duda cabe que en este contexto aumenta considerablemente la necesidad de que el cliente goce de cierta tranquilidad durante todas las fases del mismo, por lo que es tarea del abogado preocuparse y ocuparse de garantizar que sea así.

Una de las fases en las que la que se acrecienta la necesidad de tranquilizar al cliente son los momentos previos a la celebración del juicio. Por razones obvias, el cliente se encontrará tenso y nervioso, máxime cuando lo más probable es que jamás haya pasado por una situación similar. En estos casos, es fundamental que el abogado siga una serie de conductas que reduzcan ese nerviosismo y lo sitúen en una zona digamos de “semiconfort”

Como premisa previa para ello, es fundamental que en días anteriores el abogado haya explicado al cliente con detalle en qué consiste un juicio (interrogatorios, testigos, informe); cual es el papel que va a desempeñar en el juicio (interrogatorio, en su caso); la duración del mismo y cómo es el espacio físico de la sala de vistas, pues dejar dicha labor para los prolegómenos de la vista es, a mi juicio, un error, máxime cuando una información de este tipo a tiempo puede ayudarlo a mentalizarse y ganar en tranquilidad.

Cumplida con esta información preventiva, podríamos destacar las siguientes conductas:

1ª.- Lo primero, si es posible, no hablar sobre el asunto que se va a dilucidar, pues los pormenores del caso deben estar ya más que preparados con el cliente en las reuniones previas. No obstante, nada impide que se aclare cualquier duda en ambos sentidos, pero lo que no me parece oportuno es un repaso integral de los interrogatorios y demás minutos antes de empezar el juicio. Hacerlo así incrementará el nerviosismo del cliente. En cualquier caso, como indica Jordi Estalella, es conveniente tranquilizar al cliente transmitiéndole que no se preocupe por los errores que cometa ni por el resultado de su declaración, pues de lo contrario podría acudir al juicio pensando que un error suyo será determinante en el resultado del pleito.

2º.- Si no vamos a hablar del asunto ¿de qué hablamos con el cliente? Pues en estos casos yo suelo hablar de temas personales en los que haya sintonía con el cliente. Aquí las posibilidades son infinitas: deportes, vida social, familia, etc. De lo que se trata es que el cliente se distraiga y vayamos rebajando imperceptiblemente la tensión acumulada.

3º.- Dado que vamos a estar ubicados en un lugar cercano a la parte contraria, su abogado y testigos, peritos, etc. no es mala idea (y así lo indica igualmente Jordi Estalella) indicarle quien es quien en los pasillos, es decir, poner nombre y apellidos a las personas que van a intervenir en el juicio y que el cliente puede que desconozca. Ello es fuente de tranquilidad, pues así vamos introduciendo al cliente en el escenario en el que va a participar de forma activa.

4ª.- Otra técnica interesante, muy útil cuando las vistas van con cierto retraso, es entrar con el cliente y permitirle que presencie algunas audiencias previas o juicios. ¡Mano de Santo! El cliente se familiariza en vivo con todos los aspectos de la celebración del juicio y así desmitifica todas aquellas ideas preconcebidas que traía al respecto sobre el acto y sobre el auditorio (especialmente el juez). Yo lo he practicado en diversas ocasiones y produce un efecto favorable en la confianza del cliente.

Lo expuesto anteriormente nos demuestra que el abogado no puede limitarse a la preparación del juicio y realizar una buena intervención, sino que debe igualmente de considerar factores ajenos al trabajo profesional, pero que van a repercutir favorablemente tanto en el desarrollo del asunto como en unir vínculos con el cliente y, en definitiva, a fidelizarlo.