El ejercicio de la abogacía siempre estará indisolublemente unida a la crítica, afirmación que podemos sostener en base a la contradicción que impera en todo lo que hace el abogado, pues estando en su ADN arraigada la defensa de personas y de intereses contrapuestos, de dicha contradicción surgirá, inevitablemente, la crítica, justa o injusta a su labor.

De este modo, todos los que profesamos la abogacía, hemos sufrido en nuestras carnes la crítica; la crítica del compañero adversario, de la parte contraria y de su familia, de agentes y funcionarios con los que interactuamos diariamente, e incluso de nuestros propios amigos y familiares. Además, no estamos hablando de pequeñas censuras o llamadas de atención, sino de verdaderos reproches y reprensiones que ponen inicialmente la diana en nuestra actuación profesional y acaban discurriendo imperceptiblemente hacia nuestra personalidad o carácter.

Por ello, quien piense que la abogacía es un paseo militar, lleno de vítores y aplausos, que se vaya olvidando, y se preocupe por ir curtiendo su piel para recibir las más duras invectivas.

La explicación de la abundancia de críticas tiene sus más variadas razones; en primer lugar, nuestra actuación y decisiones entran la mayoría de las veces en el campo de lo ético y moral social, lo que hace que, como afirmaba Angel Ossorio, todo el mundo entra en el sagrado de la conciencia del abogado y la diseca con alegre despreocupación, cuando no la difama a sabiendas; en tal sentido, baste con atender los medios de comunicación y redes sociales cada vez que interviene un abogado en un caso con tintes dramáticos). Por otro lado, es humano que aquellos que se sitúan en el lado opuesto al interés defendido, pretendan, destilando ira y rencor, atacar al mensajero (cuantas veces en el hall de la sala de vistas hemos recibido comentarios lacerantes de quienes acompañan al contrario…). Finalmente, ¿qué decir de la crítica acerva de tus propios colegas, especialmente los contrarios, cuando censuran tu proceder profesional y personal, las más veces sin quitarse la viga que llevan en el ojo…?

Partamos pues de la base de que la crítica, censura, invectiva, burla o murmuración  es atributo inherente al servicio del abogado, y que, si bien duele (porque vamos a negarlo), debe hacerlo con poca intensidad y escasa duración, ya que de otra forma sería imposible la práctica de nuestra profesión.

¿Y qué podemos hacer al respecto?

Mi consejo reside en que distingamos entre la crítica realizada por las personas que conoces y aquellas que son consumadas por verdaderos extraños. La realizada por los primeros, hay que tomársela seriamente, pues es posible que haya razón en ella, y su comprensión nos ayude a mejorar; caso contrario, es decir, que la crítica no lleve razón, no debe alarmarnos, sino a la inversa, pues siempre sirve de ayuda a la reflexión. Por el contrario, respecto a la llevada a cabo por extraños, poco debe afectarnos (salvo dar lugar a la citada reflexión), pues realmente no nos conocen y no saben nada de nosotros, de modo que no podemos concederle el derecho a que nos atormenten o dañen interiormente cuando aquéllas son especialmente mordaces, lo que no obsta a que no las ignoremos, y cuando llevan un ápice de razón, las tengamos en cuenta.

Decía don Angel Ossorio que soportar la amargura de una censura caprichosa e injusta, es carga aneja a los honores profesionales. Debajo de la toga hay que llevar coraza. Abogado que sucumba al qué dirán debe tener su hoja de servicios manchada con la nota de cobardía.

Sabias palabras que él tuvo que poner en práctica cuando se hizo cargo de la defensa de personas política y socialmente ya condenadas, llegando a afirmar que después de adoptada una resolución (la defensa de determinado asunto), no es lícito vacilar ni retroceder por miedo a la crítica, que es un monstruo de cien cabezas, irresponsable las ciento y falta de sindéresis noventa y nueve.

Sigamos pues su ejemplo.