La semana pasada me encontré en la puerta de una sala de vistas a mi compañero Antonio, a quien no veía desde hacía años. En esto que charlando sobre los clientes (algo muy recurrente entre abogados) me ilustró con detalle sobre una experiencia que acaba de “padecer” con uno de ellos, lamentándose de lo ingenuo que había sido cuando no escuchó a otro letrado que ya le avisó sobre el riesgo que corría de no cobrar sus honorarios con ese cliente.

Al parecer, el cliente se presentó en su despacho hace cosa de un año, indicándole que deseaba que se hiciera cargo de sus asuntos, pues había concluido la relación con su anterior abogado, lo cual justificaba sobre la base de no sentirse adecuadamente defendido.

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