Una realidad que constituye denominador común de nuestra práctica profesional reside en los malos momentos que vivimos ante los diferentes escenarios que se nos presentan: recibir una resolución judicial desfavorable (especialmente inesperada), la ruptura de una negociación extensa en el último momento, la pérdida de un cliente, el impago de nuestros honorarios, la incomprensión y exigencias de un mal cliente, y así un largo etcétera de situaciones en las que las cosas diarias se complican y que, debido al efecto acumulativo, pueden tornarse insoportables a causa de nuestra respuesta emocional.
Estas situaciones generan lo que se viene denominando frustración (sentimiento de insatisfacción o de fracaso experimentado por la persona que no alcanza sus aspiraciones), que dependiendo de diversos condicionantes personales y profesionales de quien la sufre, podrá ser baja, normal o alta; en todo caso, la más perniciosa para el profesional será la denominada baja tolerancia a la frustración, de la que nos vamos a ocupar con la finalidad de alertar a los compañeros de profesión para que reflexionen y analicen si en su actitud pudieran existir elementos que se identifiquen con algunos de los aspectos de aquélla y así adoptar medidas correctoras.
El Dr. Albert Ellis estudió y analizó estas conductas en la década de los sesenta concluyendo que la baja tolerancia a la frustración es una creencia irracional que se define como una incapacidad para aceptar las situaciones y a las personas como son, al considerar a través de esta creencia que las cosas deben ser de una determinada manera, poco realista y objetiva, es decir, incongruente con la realidad. Esta creencia se enunció en los siguientes términos: «Es tremendo y catastrófico el hecho de que las cosas no vayan por el camino que a uno le gustaría que fuesen». Consecuencia de dicha creencia, para estas personas los eventos que suceden y no se ajustan a sus deseos les provocan un desequilibrio emocional caracterizado por interpretar lo sucedido como terrible, trágico e insoportable.
En el opuesto de la baja tolerancia a la frustración se encuentra la alta tolerancia a la frustración que no es más que la capacidad para tolerar o hacer frente a las situaciones que no se ajusten a nuestros deseos y necesidades como consecuencia de disponer de unas creencias más realistas y ajustadas a la realidad. De este modo, ante los problemas, si bien la persona puede sentir contrariedad o malestar, ello no le impide continuar con la búsqueda de sus objetivos.
Por lo tanto, a la vista de la anterior información, ya podemos ir calibrando que aspectos de nuestra personalidad pueden estar gobernados por parámetros de alta o baja tolerancia a la frustración, pues es evidente que en el quehacer diario de los abogados se producen situaciones que van a requerir dicha fortaleza.
Como remedios para aumentar nuestra tolerancia la frustración podríamos destacar los siguientes:
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