En la comunicación la “presencia” del comunicador es un elemento de notable importancia, pues a través de la misma éste se hace notar, activa y pasivamente, de forma positiva ante su auditorio. Y en los abogados, como comunicadores que somos, esa presencia, o ese modo o forma de estar y actuar que trasciende al exterior y que genera una percepción momentánea y favorable en las personas con las que interactuamos (jueces, abogados, fiscales, testigos, peritos, clientes, etc.) es verdaderamente esencial.

La presencia se observará en todas las interacciones que mantenga el abogado, es decir, durante los procesos de asesoramiento al cliente, negociación o en la intervención en juicio. En tales casos, la presencia deberá generar una percepción puntual favorable en las personas con las que interactuemos.

La presencia no puede confundirse con la reputación del abogado en sala. Efectivamente, mientras la reputación del abogado ante el juez es la opinión que éste tenga sobre el abogado desde la perspectiva de “actuar en sala” con todo lo que ello conlleva (autoridad, solvencia, buena fe procesal, conocimiento técnico y procesal, educación, lealtad, honestidad, cooperación, personalidad, carácter, etc.), la presencia es la percepción puntual que el juez tiene en cada juicio sobre la forma en la que el abogado está llevando a cabo su intervención (cuestión distinta es que la presencia sea un claro generador de la reputación).

La presencia en juicio (extensible a todos los contextos) se caracteriza por:

  • Ser reflejo de una excelente preparación del caso.
  • Ser reflejo del respeto por las normas deontológicas que hemos de seguir en el contexto forense.
  • Aportar la confianza necesaria para superar favorablemente las incertidumbres del juicio.
  • Ser una apariencia que transmite que el abogado se encuentra confortable desempeñando su rol profesional.
  • Transmitir seguridad y confianza.
  • Percibirse de forma puntual, coincidiendo con la intervención del abogado en cada momento.
  • Facilitar, de forma indirecta, el desarrollo más fluido del juicio.

La presencia es importante para el abogado, tener presencia es fundamental en todos los contextos en los que interviene, por lo que cultivarla es clave para alcanzar el éxito en nuestra profesión.

Mientras el abogado con presencia transmite confianza, determinación, seguridad y solvencia, el profesional que carece de la misma comprobará que todas las interacciones serán más complejas, pues se transmitirá poco y la percepción será o nula o desfavorable, lo que dificultará el desarrollo de nuestro trabajo.

Obviamente, la presencia no es algo que se pueda manipular y crear voluntariamente, sino que es el resultado del afianzamiento de una serie de cualidades que, bien gestionadas, motivarán que el abogado, casi sin saberlo, transmita ese halo de seguridad y confort que aquella representa, si bien el profesional sabrá nada más entrar en sala que se encuentra a gusto en su piel.

Entre estas cualidades podemos destacar las siguientes:

Cortesía: La cortesía es el signo más evidente de que el abogado se siente confortable durante el juicio; por ser una actitud estrechamente vinculada al contacto directo con las personas con las que interactuamos, la cortesía genera una presencia muy favorable para el abogado. Sustancialmente, el abogado cortés sabe dirigirse al juez, abogados, partes, testigos, peritos, agentes de la administración, etc. con la máxima corrección y, en su caso, empleando las fórmulas rituales precisas (‘con la venia’, etc.). Igualmente, forman parte de la cortesía conductas como el guardar turno, no interrumpir al letrado contrario, no hablar sin permiso del juez, etc.

Autocontrol: Sea cual sea la causa, nada justifica que el letrado pierda los papeles y responda a cualquier estímulo desagradable perdiendo la serenidad y buenas formas, o lo que es lo mismo, la compostura, entendiéndose la misma como el actuar con un comportamiento comedido, moderado y discreto en el hablar y actuar, ajustado a las circunstancias de tiempo y lugar. Por lo tanto, su pérdida supone la entrada en conductas indeseadas que se caracterizan por la desproporción en el saber estar, perdiéndose la mesura y decoro exigidos por dichas circunstancias.

Prudencia: Entendida como capacidad de analizar de forma reflexiva y atenta el tipo de acción que vamos a emprender y antes de llevarla a cabo, nos impone mantener un comportamiento sereno y calmado ante situaciones que puedan enojarnos y provocar una reacción desmedida que, a la postre, podrá causarnos perjuicios irreparables. Hay que pensar y conservar la calma cuando se presentan los problemas.

Paciencia: Hermana de la prudencia, la paciencia es la virtud para soportar con entereza situaciones complicadas que entrañan grandes dificultades y la capacidad de actuar de forma perseverante y sin alterarnos por las contrariedades que podemos encontrarnos por el camino. La paciencia constituye una herramienta ideal para, con templanza y el justo equilibrio en el actuar, evitar aquellas situaciones que puedan provocar una falta de control y disponer de la serenidad para actuar contundentemente en defensa de nuestros derechos.

Firmeza: La presencia no puede identificarse con falta de firmeza, pusilanimidad o debilidad de carácter, sino todo lo contrario, pues no hay mayor grandeza que actuar con moderación cuando todo está en nuestra contra. De hecho, se dice que la moderación es “la elegancia en el apremio”. Ahora bien, dicha moderación no está reñida con la defensa de nuestros derechos, empleando la seriedad y contrariedad que queramos transmitir; si hay que protestar citando algún derecho, si hay que llamar la atención, si hay que poner a alguien en su lugar, habrá de hacerse, pero siempre evitando la desconsideración personal o la pérdida de las formas.

Naturalidad: Entendida como espontaneidad en la exposición, la naturalidad supone un uso del lenguaje adecuado a las circunstancias del caso concreto, siempre huyendo del tono familiar, poco proclive en el foro, y del afectado, tratando de alcanzar un punto medio natural. Hay que ser uno mismo, evitando emular a otros compañeros, y actuar con las características propias que vamos cultivando día a día en el foro.

Uso del lenguaje verbal y no verbal: Obviamente, todas las anteriores actitudes deben llevarse a cabo empleando un lenguaje verbal y no verbal que transmita esa concentración y focalización necesarias para sentirse bien en sala, pues si bien es importante el fondo, las formas son claves en el proceso de comunicación, y un lenguaje correcto y adecuado será esencial para transmitir la presencia.

En definitiva, la presencia, esa mezcla de apariencia y de percepción que puede generar una percepción favorable en nuestros interlocutores, debe trabajarse y cuidarse diariamente, porque la presencia…es poder.