Partiendo del deber de decir verdad que corresponde a todo testigo, la realidad práctica nos muestra la existencia de testigos que incumplen con dicho deber. ¿Testigos que mienten? No del todo, pues teniendo en cuenta aspectos vinculados a su memoria y al proceso de recuerdo, en ocasiones el testigo no se ajusta a la verdad, pero lo hace de forma involuntaria, más bien sobre la base de un error de observación, identificación, sugestión, etc. Sin embargo, a veces nos encontramos frente a testigos que mienten conscientemente y de forma deliberada por una determinada motivación; son los testigos falaces o mentirosos, de los que vamos a ocuparnos en este post.

Si bien es una tarea muy compleja y desalentadora, especialmente cuando no disponemos de pruebas que podamos contraponer al testimonio falaz y lograr alguna inconsistencia o contradicción relevante, lo cierto es que ante un testigo que miente descaradamente y cuya falsedad puede tener consecuencias devastadoras, hemos de tratar de desacreditar su testimonio durante el contrainterrogatorio.

Uno de los medios más recomendados para demostrar la falsedad del testimonio de un testigo que miente consiste en la realización de preguntas abiertas solicitando detalles sobre los hechos objeto de su declaración.

Para comprender esta técnica es preciso recordar que la memoria (entendida como la facultad de evocar determinada información) se rige por diversas leyes, entre las que destaca la denominada ley de la latencia, que nos enseña que la retención de lo percibido disminuye al aumentar el tiempo transcurrido entre las percepciones y el momento en que se realiza la evocación de lo adquirido. Igualmente, y asociado a dicha ley, es un hecho constatado por la experiencia que toda retención de una percepción conlleva igualmente la de un tipo de detalles relacionados con un determinado contexto, detalles que, con el transcurso del tiempo, se irán reduciendo.

Por lo tanto, los detalles son relevantes para determinar la credibilidad de un testigo, puesto que un testigo que a pesar del tiempo transcurrido recuerda numerosos detalles de inconcebible evocación para una persona normal, podría estar mintiendo; igualmente, el recordar escasos detalles, puede ser una señal evidente de que nos encontramos ante un testimonio mendaz.

Si por otro lado consideramos que cuando un testigo miente se encuentra obligado a inventar, imaginar y crear una información inexistente a medida que expone su testimonio, lo cierto es que para alcanzar dicho objetivo tendrá que ir reelaborando continuamente su mentira e ir introduciendo detalles que sostengan la misma, tarea que no puede ser nada sencilla, ya que una realidad inexistente es difícil de construir, máxime cuando la misma está siendo cuestionada por un tercero (profesional).

Partiendo por tanto de estas ideas, la técnica a la que nos referimos consiste en preguntar expresamente por los detalles vinculados al hecho constatado (personas, espacio, tiempo, lugar, etc.), lo que podrá lograrse con preguntas cerradas, claras y muy concretas (preguntas propias del contrainterrogatorio), pero también mediante el uso de preguntas abiertas, que si bien no son recomendables para el contrainterrogatorio, constituyen la excepción a la regla en los casos de enfrentarnos a testigos que mienten.

Las preguntas abiertas (orientadas a recibir respuestas amplias, en las que el testigo dispondrá de plena libertad y margen para generar la respuesta y que normalmente se inician a través de un pronombre, adjetivo o adverbio (quién, qué cuál, cuánto, dónde, etc….)) son ideales para alcanzar este objetivo, pues a través de las mismas permitiremos que el testigo se extienda en su mentira con todo lujo de detalles. De este modo, no es extraño que pueda equivocarse  e incurra en alguna inconsistencia, contradicción con su propia declaración, con la de otros testigos o con documentos. Igualmente, puede que, llegado el caso, suministre escasa o excesiva información sobre los detalles que nos induzcan a pensar que el testimonio es poco creíble.

Igualmente, y como factor positivo adicional, si está técnica funciona, es probable que el testigo comience a emitir signos de nerviosismo con su lenguaje no verbal, señales que deberán ser debidamente explotadas por el abogado que interroga, bien perseverando en su indagación con más intensidad, bien valorando dichas conductas en el propio informe oral.

Descubierto el testigo en alguna inconsistencia o contradicción, es labor del abogado insistir y no abandonar, puesto que detectada una falsedad, esta contaminará todo lo declarado anteriormente y dificultará la creación de nuevas falsedades, pasando el testigo de ofrecer respuestas expositivas a evasivas, momento de dar por concluido el contrainterrogatorio, pues alcanzado el objetivo no hay razón que justifique continuar.

Finalmente, incluso si no se llegan a alcanzar completamente los objetivos mediante el empleo de esta técnica, el juez habrá percibido, sin duda alguna, que se está cuestionando seriamente la credibilidad del testigo y su testimonio por su falsedad intrínseca, lo que provocará que aquel pueda cuestionarse dicha credibilidad o, al menos, conceder una menor fuerza a su declaración.

En definitiva, como dicen Batlle y Duce, «si hay algo más despreciable que una mentira de un testigo, es que la mentira sea detallada».

 

 

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