“Que las armas cedan a la Toga” Cicerón.
Aun recuerdo un episodio de mi vida profesional que acaeció a finales de los ochenta, y del que guardo un paradójico recuerdo, pues si bien me supuso pasar un mal trago, me enseñó una lección que nunca olvidaré. Aquella mañana acababa de concluir un juicio por despido en una de las Magistraturas de Trabajo del viejo edificio de la calle Niebla. Una vez me despedí de los miembros del estrado me dirigí a los bancos de la sala para esperar al compañero de la parte adversa y comentar el desarrollo de la vista. En los segundos de espera, sin pensármelo, comencé a quitarme la toga al objeto de llevarla después a la «sala de togas» de la dependencia que el Colegio de Abogados tenía allí ubicada.
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