El abogado acaba de concluir su interrogatorio directo al testigo y, conforme a una buena técnica, ha logrado que este exprese de forma clara y sin fisuras los hechos claves de su versión, obteniendo un relato amplio, narrativo y preciso.

A continuación, corresponde al abogado adverso interrogar, o mejor dicho, contrainterrogar, ya que una vez que el testigo ha expuesto su versión de los hechos, el interrogatorio se dirigirá a cuestionar la calidad de su narración, bien superponiendo a dicha versión otra diferente de aquella, bien revelando la existencia de una información que el testigo ocultó, exageró, tergiversó o subvaloró en el interrogatorio directo.

A la espera de ser contrainterrogado, el testigo vivirá un verdadero estado de ansiedad, pues exponer unos hechos en un contexto tan diferente y hostil como lo es una sala de vistas, y, para colmo, sabiendo que vas a ser preguntado nuevamente, pero esta vez por alguien que tratará de echar por tierra “tu verdad”, es lógico que se generen un conjunto de sentimientos encontrados que confluirán en la referida angustia o ansiedad. Además, esta se revestirá de cierta hostilidad a quien le interroga y un deseo consciente de “vencer” al que considerará su adversario.

En cuanto al abogado, si así lo ha decidido, estará dispuesto a interrogar no sin cierto nerviosismo (que, generalmente,  variará en función de la práctica y experiencia en las lides forenses), y sus objetivos podrán ser destruir la credibilidad del testigo, de su testimonio, o, al menos, reducir el efecto favorable que haya obtenido la declaración del testigo en el interrogatorio directo.

No obstante, no es extraño que en estos casos el abogado actúe con cierta excitación, pues convencido de la certeza de su planteamiento, ve al testigo como un enemigo a  batir y al que no hay que hacer concesión alguna; si está ahí es porque está mintiendo, y si no lo hace a conciencia, se estará equivocando, y ese error puede suponer que perdamos el caso: hay que ir a degüello.

Este planteamiento agresivo del contrainterrogatorio puede generar cierta ansiedad, y suele ser causa de precipitación al interrogar, enfrentamientos y discusiones con el testigo, empleo de malas formas, etc. que, finalmente, no suelen llevar a nada, salvo a que el testigo cierre definitivamente la puerta a cualquier desliz y que el juez acabe por llamarnos la atención.

Por ello, es fundamental que a la hora de enfrentarnos al contrainterrogatorio de un testigo hostil, y con el fin de eliminar dicha ansiedad, consideremos una serie de ideas claves para confrontar el contrainterrogatorio anímicamente más centrados:

1ª.- Los juicios no se ganan en el contrainterrogatorio, sino en el interrogatorio directo. Contrariamente a lo que nos venden las películas del género judicial, es al interrogar al testigo que sostiene nuestra versión (directo) cuando se obtienen más éxitos, siendo casi excepcional desenmascarar a un testigo hostil en un contrainterrogatorio.

2º.- Durante el contrainterrogatorio, y siempre que dispongamos de un objetivo claro y alcanzable, podremos obtener algún resultado en nuestra pretensión desacreditadora, pero rara vez alcanzaremos un éxito total, pues difícilmente el testigo va a cambiar de versión, todo lo más podremos cuestionar su credibilidad (tanto personal como respecto de su narración), lo que, como indica Eduardo Jauchen, es un logro que más que una victoria es un empate.

3º.- Hemos de saber que, como hemos anticipado, el testigo se encontrará ansioso, pero esta vez no sólo por los condicionantes del contexto, sino porque sabe y conoce que en el contrainterrogatorio corre el riesgo de que se cuestione y ponga tela de juicio en su verdad, y esto para cualquier ser humano (y más ante un juez) genera una tensión y un nerviosismo enorme, que se materializará en mantenerse firme en su versión, conceder poco o nada, y dar largas explicaciones que lo llevarán a la versión ofrecida en el interrogatorio directo. Aquí, Eduardo Jauchen identifica dicha actitud con la búsqueda de una victoria sobre el abogado (ni siquiera se conforma con el empate).

Pues bien, con estos mimbres, la reflexión que hemos de hacer es que no podemos caer en un estado similar al del testigo; somos abogados, profesionales, y se presume de nosotros un autocontrol en sala contrario a estados de ansiedad debidos a la necesidad de alcanzar ese éxito o destrozar al testigo, situaciones que rara vez se producirán; muy al contrario, el abogado deberá aproximarse al contrainterrogatorio con prudencia, cautela y, sobre todo, calma y concentración, pues de lo que se trata es de enfocar nuestra intervención desde el principio con paciencia, siendo conscientes de que el objetivo que podemos lograr es, en principio, modesto, sin perjuicio de que las circunstancias pueden permitirnos alcanzar un resultado extraordinario.

Solo de esta forma, encarando los contrainterrogatorios sin ansiedad y sin la “obligación” de alcanzar el éxito inmediato, generaremos, desde la primera pregunta, una asimetría emocional con el testigo (siempre ansioso por vencer), que será interrogado por un profesional que, al conocer las limitaciones y la modestia de sus objetivos, actuará “con la extrema cordura, lógica, raciocinio y frialdad de cálculo que debe utilizarse en un contrainterrogatorio” (Jauchen).

Definitivamente, la ansiedad del abogado al interrogar, es una mala compañera.

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