Entre los objetivos fundamentales del interrogatorio directo se encuentra el persuadir al juez de la veracidad de su testimonio.  Para el logro de este objetivo es necesario partir de la base de que el juez desconoce la historia de los hechos, y para la acreditación de los mismos hay que interrogar al testigo de forma que se obtenga un relato realista, completo y preciso, pues de lo que se trata es de obtener una narración que ofrezca al juez todos los detalles de los hechos conocidos por el testigo y que lo sitúe, como si de una película se tratase, en el escenario de los hechos objeto de la narración[1]. Es, por tanto, labor del abogado obtener a través de sus preguntas y las respuestas del testigo un cuadro completo y detallado de lo que este puede aportar.

Estas preguntas, dotadas de orden (cronológico) y coherencia, convertirán al testigo en el verdadero protagonista del interrogatorio, pues su narración irá destinada a captar la atención del juez, quien recibirá todo un flujo de información inicial relativo a los hechos fundamentales que conforman la historia del caso.

Este proceder, no carente de ventajas, puede tener como quebranto que la declaración se vuelva monótona máxime cuando el testigo se pierda en un exceso de explicaciones o detalles innecesarios (hemos de recordar que el testigo debe contar no todo lo que sabe, sino lo que vale) que harán que el testimonio se convierta en una pieza tediosa y dilatada para el juez, quien puede perder el interés y atención en la declaración. Por otro lado, cuando la declaración se extiende más de lo debido, el abogado estará perdiendo un tiempo valiosísimo para obtener la información que realmente necesita.

Esta situación puede producirse por diversas causas. La primera reside en que durante el proceso de preparación no hemos insistido suficientemente al testigo sobre este aspecto; igualmente, es posible que nos encontremos ante testigos que aparentemente van a declarar perfectamente, pero luego en sala encuentran la oportunidad de convertirse en protagonistas y destacar a través de un extenso relato que unas veces se vuelve reivindicativo y otras valorativo de los hechos.

Con el fin de evitar esta situación, disponemos de la técnica denominada CACYL (corto-ampliación-corto y largo)[2], que significa que al realizar el interrogatorio directo, especialmente en zonas en las que puede producirse dicha extensión indeseada, formulemos una pregunta que conlleve una respuesta corta sobre un tema para, a continuación, pedirle al testigo que amplíe algún aspecto estratégico de esa pregunta. Una vez respondida la pregunta de ampliación, realizamos otra corta para concluir con una pregunta que permita una respuesta larga para extenderse sobre el tema. Una vez realizada la serie, podemos continuar sucesivamente continuando el ciclo.

Veamos un ejemplo:

A: ¿Conoce Vd. el Bar “El Litigio”?

T: Si  (corto).

A: ¿Explíquenos por qué lo conoce?

T: Pues es el bar en el que solemos reunirnos los amigos al concluir la jornada de los viernes. Allí estamos generalmente toda la tarde tomando copas (ampliación).

A: ¿Estuvo Vd. en dicho bar el día de la víspera de la Navidad de 2018?

T: Si (corto).

A: ¿Recuerda lo que ocurrió en el bar ese día?

T: Claro, ese día, había tenido una fuerte discusión con Juan en el trabajo debido a la pérdida del informe que teníamos que entregar el lunes siguiente. Ese día era viernes, y al dirigirme al bar… (largo).

Como puede observarse, de esta forma el relato se hace más fluido a través de preguntas que no solo mantienen la atención del juez, sino que nos sirven para que el abogado abordé aspectos claves del interrogatorio evitando que el cliente divague y se extienda en puntos innecesarios.

Para el empleo de esta técnica emplearemos preguntas cerradas para las respuestas cortas y abiertas para las respuestas de ampliación y largas, siendo recomendable para introducir una ampliación el empleo de los verbos “explique”, “demuestre”, “describa”, “infórmenos”, etc.

 

[1] En estos supuestos estaremos empleando el denominado estilo narrativo o técnica del relato, que consiste en preguntar al testigo sobre determinado hecho para que responda a través de la exposición de un relato o narración de los hechos. En base a esta técnica nos encontraremos con mayor exactitud, pero menor concreción, dándose el riesgo de que pueda omitirse alguna información relevante. Para evitar esta situación, el interrogador debe dejar al testigo que realice una narración espontanea para, posteriormente, formularle preguntas que complementen lo omitido. Es la técnica más recomendada por la doctrina psicológica ya que el interrogador no participa en la creación de la respuesta al no suministrar información alguna.

[2] Esta técnica la conocí a través de la obra de Dage Aguilar Avilés, Consejos útiles para abogados penalistas (I) (Honoris American Project Estados Unidos 2017.