Una de las primeras enseñanzas que aprendí cuando empecé a ejercer como abogado fue la de tutear a los compañeros de profesión. Si bien la misma me llamó la bastante la atención, especialmente cuando la empleaba con otros abogados que podían tener la edad de mis padres, lo cierto es que me hice rapidamente con ella.

Tutear, o lo que es lo mismo, dirigirse a alguien empleando el pronombre de segunda persona, sugiere un trato de confianza o familiaridad, en la que, según los casos, la línea del respeto o cortesía puede quebrarse. No obstante, la relación entre colegas o compañeros que convergen en una misma profesión suele llevar implícito un trato de igualdad, y ello con independencia de la edad, veteranía, cargo ocupado o prestigio y reputación.

Entre los abogados, esta vieja costumbre se ha venido practicando desde hace siglos, y si bien no se encuentra recogida en texto positivo alguno, encuentra su fundamento en las propias normas deontológicas que fomentan el respeto, lealtad y compañerismo entre los abogados. A través del tuteo, se crea un escenario de familiaridad, cercanía y cordialidad, que fomenta la igualdad entre colegas, pues, qué duda cabe, la igualdad favorece el desenvolvimiento de las relaciones profesionales, muy especialmente para los más jóvenes.

Como he anticipado, en mi caso, comencé a aplicar esta costumbre tras la colegiación y rara vez me topé con alguna situación incómoda, puesto que los compañeros veteranos agradecían dicho acercamiento. Las únicas ocasiones en las que me he encontrado con alguna excepción ha sido con abogados que defendían intereses de la Administración, y en todas ellas, con insistencia, he conseguido hacer valer este uso social. En todos los casos, el empleo del tuteo me ha hecho sentirme francamente cómodo, pues eso de codearte con colegas más experimentados deja de ser una satisfacción.

No obstante, desde hace tiempo vengo observando que muchos jóvenes abogados (naturalmente, no todos) utilizan con nosotros, más veteranos, el pronombre personal usted en lugar de como tratamiento de cortesía y respeto, lo que, si bien se arregla con una cortés reconvención de “por favor, somos compañeros, mejor nos tuteamos”, no deja de ser algo preocupante, pues si esto no se remedia, dentro de diez años el usted (con el temido distanciamiento que conlleva) reinará en el panorama profesional, con gran quebranto de las relaciones de compañerismo.

De ahí que el presente post sea una sencilla llamada de auxilio y ayuda a todos los compañeros para que no se olviden de esta inveterada costumbre y la fomenten con su práctica, pues aunque parezca baladí, hay mucho en juego, tanto como la igualdad que debe prevalecer en todas las relaciones profesionales, pues si algo hace la toga, en un sentido metafórico, es igualarnos a todos, sin distinción alguna.

Concluyo con una anécdota en la que un abogado (Nicolás Salmerón) recibe el tratamiento de usted, pero de una reina (Isabel II) que acostumbraba a tutear a todo el mundo[1]

  • Señora, soy republicano; no seré, pues, el abogado de una reina, sino que tendré una cliente española.

Isabel II, que tuteaba a todo el mundo, según costumbre real, le atajó y le dijo:

  • El que sea usted o no republicano, es cosa que le atañe a usted y no a mí; yo he llamado al abogado más eminente y al hombre más honrado de España.
  • Señora, el modesto abogado está a sus órdenes –contestó Salmerón.

Se cuenta que esta fue la única ocasión en la que Isabel II trató de usted a alguien. Tras solucionar el asunto favorablemente, Salmerón se negó a cobrar sus honorarios, por lo que la reina le envió un retrato suyo con un marco de plata en el que estaban engarzadas perlas y piedras preciosas. Salmerón devolvió cortésmente el marco y se quedó con el retrato.

 

[1] Fuente: Blog El Oráculo de Trisquel http://www.eloraculodeltrisquel.com/2011/05/isabel-ii-y-nicolas-salmeron.html