Hoy me gustaría compartir con vosotros un pensamiento que he encontrado en una de mis lecturas estivales[1], y que considero puede ser objeto de una reflexión muy beneficiosa para la práctica de nuestra profesión. Concretamente, voy a referirme al ser impecable, adjetivo que significa estar exento de defecto, falta o error, cualidad que va asociada a una persona u objeto irreprochable por ausencia de tacha.

No obstante, si bien tiene relación directa con dicho significado, la idea a la que me refiero se circunscribe al ser impecable como la actitud que mantenemos cuando realizamos alguna actividad de cuyo resultado no tenemos certeza, pero que llevamos a cabo con la máxima capacidad de entrega, mentalizados para afrontar las consecuencias de nuestros actos.

Ser impecable, supone pues vivir nuestra actividad con responsabilidad y entrega suceda lo que suceda, actitud que me atrevo a considerar imprescindible en el quehacer del abogado.

Efectivamente, los abogados intervenimos en conflictos en los que, en la mayoría de las ocasiones, carecemos del tiempo necesario para disponer de todos los factores que serían necesarios para prestar el servicio que nos gustaría ofrecer; por otro lado, las condiciones del propio encargo, suscita dudas, lagunas y fallas que dificultan nuestra labor y comprometen ab initio el resultado final deseado por el cliente. A todo lo anterior podríamos añadir los factores incontrolables por el propio abogado (oposición de un contrario, sometimiento a un proceso, decisión de un tercero, etc.)

Y he aquí donde el abogado debe ser siempre impecable, trabajando en condiciones alejadas de lo perfecto e ideal, pero con una entrega y entereza dirigida a alcanzar el mejor resultado posible, asumiendo las consecuencias desfavorables de nuestras decisiones, y con la mente puesta no en los resultados, sino exclusivamente en el buen hacer.

Esta visión de impecabilidad resulta refrescante y liberadora, pues permite alejar miedos y temores vinculados al que pasará, permitiéndonos centrarnos en el que hacer, lo que evitará sin duda actitudes de pasividad y desmotivación, centrándonos en el aquí y el ahora, y dotando de excelencia cada paso que llevemos a cabo. Por otro lado, siendo impecables, disfrutaremos sin duda de nuestro trabajo, pues resulta indudable que sentir lo que estamos haciendo con absoluta entrega y sin temor alguno a no alcanzar los objetivos previstos es ya un resultado valiosísimo.

La impecabilidad del abogado es pues la puerta para alcanzar su excelencia y maestría[2].

 

 

 

[1] Mendo, Miguel Ángel. La Mente, Manual de Primeros Auxilio. Rigden Institut Gestalt.

[2] Podéis ampliar conocimientos sobre este tema en el post publicado en este blog sobre la filosofía de Epicteto aplicada a la abogacía: https://oscarleon.es/?s=epicteto