Entre las diversas enseñanzas de las que nos ha proveído la crisis económica a los abogados podríamos destacar el valor que para todo despacho tiene el cliente, máxime cuando a resultas de aquélla, nos encontramos ante un mercado de servicios profesionales más competitivo (especialmente en los precios), en el que el cliente se ha vuelto más exigente en su demanda y menos leal en su relación, sabedor de que en un escenario de falta de liquidez, cualquier esfuerzo económico que realice deberá ser justamente compensado por uno de los muchísimos profesionales que le ofrecerán sus servicios.

 Uno de los principales riesgos de este escenario lo constituye la mayor probabilidad de que el cliente, atraído por una amplia oferta de servicios, pueda dejar de contar con su abogado, pérdida que, en la actual situación económica, será más costosa que nunca.

En este contexto, es fundamental para el abogado desplegar todas sus habilidades para fidelizar al cliente y evitar su pérdida, si bien, en el presente post vamos a referirnos al coste que supone para el despacho la pérdida de un cliente.

Los costes que suponen la pérdida del cliente pueden clasificarse en costes directos y costes indirectos. Los primeros se refieren a aquellos costes que son percibidos por el profesional de forma inmediata; los segundos, son aquellos que no son aparentes y que sólo se manifiestan a largo plazo. A continuación, procedemos a su detalle:

1. Costes directos.

La pérdida de ingresos: Lógicamente, la pérdida del cliente supondrá supone un quebranto económico para el despacho, ya que el cliente nos proporciona unos ingresos periódicos o irregulares, pero en cualquier caso ingresos. Basta con realizar una estadística de la facturación relativa a dicho cliente para tener una idea aproximada de este coste tangible y directo. Naturalmente, la pérdida de ingresos una reducción del beneficio o, a veces, una mayor pérdida del ejercicio.

 

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