Este pensamiento de Robert Kiyosaki (1) siempre me ha cautivado. Es la típica frase que cuando la lees por primera vez le que coges el sentido de forma inmediata y además, debido a su profundidad y razón, la guardas en tu memoria como un tesoro para ser rescatado en tiempos de necesidad (2)
Recuerdo que cuando la encontré por pura casualidad (como suele ocurrir cuando encuentras frases inspiradoras) lo primero que me llamó la atención fue cómo me llegó al corazón. No podía ser de otra forma; pues el autor, jugando con una frase que constituye un lugar común en las conversaciones de toda la vida, le da un giro inesperado (y eso que la frase es corta) y nos lleva a un final que nos provoca una sonrisa imperceptible, pues descubrimos una gran verdad que, a pesar ser incontestable, suele ser olvidada por quienes nos solemos juzgar severamente cuando las cosas no salen como deseamos.
Ciertamente, el pensamiento de Kiyosaki nos ayuda a comprender que todos nosotros, como seres humanos que somos, no somos infalibles, y por tanto, perder o equivocarse es parte de nuestra dinámica vital precisamente para enseñarnos a mejorar en nuestro continuo proceso de crecimiento y evolución.
Desgraciadamente, debido al sistema competitivo en el que hemos crecido y desarrollado, el perder, al igual que cometer errores, no está bien visto en nuestra sociedad, pues ésta nos ha enseñado a calibrar los errores de manera que el miedo que produce el temor a equivocarnos se traduce en miedo a decidir, lo que provoca la idea de que si eludimos la decisión, evitamos el fallo y todo el conjunto de sensaciones ya referidas. De este modo, no sólo se produce una parálisis total en la toma de decisiones, sino que la persona limita y frena su crecimiento al privarse de la enseñanza que traen consigo las equivocaciones.
La buena noticia está en que perder o equivocarse es necesario para el crecimiento de la persona, y si consideramos la equivocación como una acción que produce un resultado no deseado (desacertado o equivocado), su grandeza radica en que nos permite analizar que ha salido mal y sacar conclusiones para aprender, y así, tener la suficiente confianza para corregirlo y evolucionar.
Esta idea, puede ser aplicada naturalmente a nuestra profesión, muy condicionada por cierto, por la dinámica victoria-derrota que subyace en toda controversia.
Sin entrar en consideraciones sobre si realmente el abogado esta “perdiendo” cuando se dicta una resolución desfavorable para los intereses de su cliente (http://www.legaltoday.com/blogs/gestion-del-despacho/blog-manual-interno-de-gestion/que-es-para-el-abogado-ganar-o-perder-el-juicio ), lo cierto es que cuando las cosas no salen como deseamos tras, por ejemplo, una larga negociación o un proceso judicial, los abogados nos sentimos frustrados, indignados, dolidos, etc. y nos lamentamos por el resultado obtenido buscando generalmente la causa en alguien o algo ajeno a nosotros (el propio asunto encomendado, el juez, una testifical defectuosa, etc.), cuando en realidad olvidamos lo más importante: reflexionar sobre la enseñanza que lleva aparejada la derrota.
Y visto así, es extraordinariamente reconfortante saber que a pesar de que soplen malos vientos, podemos beneficiarnos de la enseñanza que ellos nos ofrecen.
Efectivamente, el abogado siempre está en constante evolución y crecimiento, lo cual supone que a lo largo de su constante andadura profesional vivirá éxitos y fracasos que irán moldeando su espíritu; unos irán aprendiendo a base de tropezones y a regañadientes seguirán hacía delante; otros, también tropezarán, pero avanzarán reflexionando sobre las razones que han provocado su situación indeseada y tratarán de extraer la correspondiente enseñanza a fin de evitar recaer en situaciones similares. Los primeros crecerán más lentamente mientras que los segundos, sencillamente, evolucionarán al ritmo adecuado.
No quiero extenderme más pues creo que no es necesario. Si este principio universal te ha calado, disfrútalo, y empieza a no culparte o cargarte con reproches que no hacen más que ralentizar tu progreso. Da un golpe en la mesa y busca la lección que entraña todo fracaso; seguro que la encontrarás.
1.- Empresario, inversor, escritor, y conferenciante sobre temas de finanzas y libertad financiera. Autor de numerosos libros entre los que se encuentra Padre Rico, padre pobre.
2.- Ojo, la frase está adaptada pues he introducido al comienzo de la misma «abogado».