Últimamente es frecuente encontrar artículos y posts que reflexionan sobre las cualidades o habilidades con las que el abogado debe afrontar el siglo XXI, colaboraciones en las que observamos que destacan la capacidades relacionadas con la transformación tecnológica, la innovación y proactividad, el marketing y la empresa, la adquisición y gestión de conocimientos, etc. Igualmente, se mencionan habilidades emocionales como la empatía, la escucha activa y otras relacionadas con la forma de comunicarnos y relacionarnos con las personas con las que interactuamos diariamente.
Aprovechando este contexto tan en boga, hoy me gustaría céntrame exclusivamente en estas últimas cualidades que representan el lado humano de la profesión, es decir, en la puesta en valor de la persona como vértice de la profesión, faceta esta que guarda una enorme relación con ser abogado.
La razón de haber elegido dicho tema radica en que algo lógico y natural que todos podemos constatar fácilmente pero sobre lo que raramente reflexionamos, que la abogacía es una profesión centrada en la persona, condiciona ineludiblemente la forma de ser y de vivir la profesión.
Con este propósito, hablaré sobre lo que entiendo debe ser un abogado humanista, los beneficios que ello entraña y algunos consejos para acercarnos a ese ideal.
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