Recientemente, un compañero me contaba la desagradable experiencia que vivió al tener que regresar en coche acompañado de su cliente tras la celebración de un juicio en una localidad distinta a la de ambos. Al parecer, la vista salió bastante mal y el camino de regreso se hizo verdaderamente insoportable. Dicha experiencia llamó mi atención, pues hace años viví una muy similar con un cliente, y me parece interesante compartirla con vosotros, pues creo que de la misma puede extraerse una importante enseñanza profesional.
El caso es que mi cliente y yo nos pusimos de acuerdo en ir juntos en su coche, decisión nada extraña pues así íbamos cerrado los últimos flecos y, además, poco sentido tenía viajar en dos vehículos diferentes. El caso es que, tras un viaje muy bien aprovechado, entramos en la sala en la que mi cliente se enfrentaría a una acusación grave que podría conllevar pena de privación de libertad.
Tras rechazar alcanzar acuerdo alguno (cosa que no le gustó a la jueza a tenor de su expresivo lenguaje verbal y no verbal), comenzaron los interrogatorios, dándose la circunstancia que la permisividad que tuvo aquélla con el fiscal a la hora de realizar las preguntas, contrastó con la rigurosidad que se aplicó al declarar la impertinencia de gran parte de las que yo iba realizando, mostrando una actitud muy hostil, aunque siempre con respeto, hacía mi cliente, quien a la hora de responder fue reconvenido en varias ocasiones.
El caso es que, un juicio que lo llevábamos muy bien preparado y con grandes esperanzas de obtener la absolución, se trastocó desde el principio de la vista en otro, en el que la ominosa sensación de una condena final era algo más que perceptible (creo que algún compañero se sentirá identificado con esta situación). Ni que decir tiene que la tensión mostrada en la declaración de mi cliente tuvo su oportuna continuidad en el resto de los trámites (testificales e informe oral), quedando, al concluirse el acto, una extraña sensación de que todo se había ido por la borda.
Al regresar a Sevilla, el habitáculo del coche parecía un polvorín a punto de estallar; ambos, en silencio, rumiábamos la misma idea desde dos perspectivas distintas; uno, anticipando su desgracia y probablemente la mala defensa que había realizado su acompañante; el otro, o sea, yo, iracundo por el desarrollo del juicio y con esa sensación de malestar por no haber tenido éxito en la defensa de mí también acompañante.
Al cabo empezamos a hablar y la conversación se tornó triste, desanimada, en ocasiones arisca, pues en el aire flotaba la probable condena y el juicio que mi cliente estaba haciendo sobre aspectos de la defensa (a mi juicio secundarios) en los que éste encontraba salidas para justificar lo que quizás debió hacerse (ya sabéis, los juicios los pierde el abogado y los gana el cliente). Para colmo, tuve que responder a preguntas sobre aspectos penitenciarios (tal era su seguridad en la eventual condena), siendo además un tema que dominaba escasamente.
Una experiencia lamentable, vaya.
La enseñanza de todo lo anterior reside en que, aunque sea lógico y normal que abogado y cliente puedan compartir el vehículo para asistir a una actuación profesional (otorgamiento de escrituras, negociaciones, etc…), en los casos en que esta consista en un juicio, creo conveniente eludir dicha opción, pues de no salir las cosas como se esperan (lo cual es una posibilidad como otra cualquiera), vamos a sufrir una situación incómoda y desagradable en compañía del cliente. Si ya tenemos bastante con la tensión que vivimos tras las horas siguientes al juicio (y ya sabéis a lo que me refiero), añadir a aquélla la carga de vivir la frustración del principal protagonista, son ganas de flagelarnos aún más. Por ello, la mejor solución es, cuando se suscite el tema de ir juntos, explicar al cliente que es mejor que nos encontremos en el juzgado a la hora indicada (aquí que cada uno emplee la estrategia que considere más oportuna).
En cuanto al juicio, como era de esperar concluyó con condena a una pena de dos años de privación de libertad, si bien, tras la oportuna apelación, la Audiencia Provincial dictó sentencia absolviendo a mi cliente; una noticia extraordinaria, sí, pero que no borró de mi memoria el mal trago que pasé durante aquellos …tantos kilómetros que recorrimos juntos.
Así que, ya sabes, si tienes un juicio en otra localidad, no vayas con el cliente en el mismo coche.
12 comments
Comparto tu enseñanza…yo tuve una similar y decidí cerrar filas en la siguiente. Gracias por la reflexión.
Gracias por tu comentario Esther.
Desgraciadamente como abogados nos toca hacer frente con nuestros clientes en situaciones complicadas como la que expone.
Comulgo con su frase que dice » los juicios los pierde el abogado y los gana el cliente», ya que es complicado para nuestros clientes concebir que al final de todo el proceso quien dicta una resolución es el juez y no nosotros. Claro que es nuestro trabajo realizar un trabajo de excelencia para crear convicción en el juzgador y que resulten procedentes nuestras pretensiones y/o excepciones según sea el caso.
Pienso que sí es importante que cada quien acuda por su propia cuenta a la audiencia, tomando como base el ejemplo que expone, ya que así en caso de resultar algo mal, nuestros clientes y nosotros mismos tendremos la oportunidad de meditar lo ocurrido y buscar una solución o, confirmar lo sucedido.
MIchel, totalmente de acuerdo con tu reflexión. Gracias.
¡Buen consejo, sí señor!
¡¡Gracias!!
Grandisimo consejo sobre una situacion que ni se me habia pasado por la cabeza. Ahora se lo que tengo que hacer si alguna vez me veo en esa situación. Gracias por el articulo!
Gracias a ti por participar!!
Gracias por el consejo Óscar.
Me gustaría compartir sucintamente la experiencia «graciosa» de un abogado novel, esto es, la mía. Tuve una vista de juicio ordinario en las afueras de una gran capital, en la que finalmente llegamos a un acuerdo entre el compañero contrario y se formalizó en sala.
Al salir del Juzgado, el cliente, a pesar de no haber visto satisfecha totalmente su pretensión, me brindó la posibilidad de llevarme hasta la estación de tren mas próxima, y obnubilado aún por la tensión acumulada de la negociación con la parte contraria accedí a su ofrecimiento sin pensar, es más, incluso recuerdo que lo ví como un gesto de cortesía y gratitud.
Todo muy bien hasta que, como en esa película de Tarantino, Death Proof, se cerró la puerta.
¡Os podéis imaginar compañeros como me puso la cabeza! A día de hoy sigo preguntándome como accedí a subirme a su taxi. Si compañeros era taxista de profesión, de la vieja escuela, de los que saben de memoria cada calle e intersección de la ciudad y te absorben el alma con su mirada analítica a través del retrovisor. El trayecto fue una amarga experiencia, recordándome cada informe de parte aportado de parte como de contrario, y al final, a pesar de la gratuidad de la carrera, considero me salió caro el taxi puesto que pude observar en sus comentarios con cierto desdén, desmerecimiento hacia mi trabajo y opiniones de una persona lego en derecho. Un trayecto de dimes y diretes en el que finalmente opté por mirar por la ventanilla.
Ahora que lo pienso, recapacitando, supongo que lo hice por ahorrarme el transporte hasta la estación. El Turno de Oficio, te da tablas, experiencia en sala y forma como abogado pero esta noble labor no esta lo suficientemente reconocida y la escasa retribución por cada procedimiento turnado resulta escasa para la complejidad de los asuntos encomendados; pero bueno, eso es menester para otra entrada en los comentarios de su blog.
😉
Un abrazo virtual.
Muchas gracias por tu comentario, que viene al pelo con el post. Me ha hecho mucha gracias (y algo de pena), porque es que cómo si lo viera… En fin, como todo lo de la profesión, una experiencia imborrable y que siempre nos enseña algo. Abrazos.
Gracias de nuevo por compartir tus experiencias y reflexiones. Nos resulta útil a todos. Enhorabuena.
Muchas gracias tocayo.