Recuerdo que hace bastantes años se presentó en el despacho un cliente con el que no había tenido relación profesional anterior y que no estaba citado. A la vista de su insistencia, y pese a estar bastante ocupado en una reunión del despacho, accedí a recibirlo. El hombre, de aspecto desaliñado, me contó cómo la noche anterior había atropellado con su vehículo a alguien y que, asustado y quizá con alguna copa de más, se había dado a la fuga.
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