“Lincoln fue «itinerante» por naturaleza. Como abogado en Spríngfield (Illinois), pasaba mucho tiempo lejos de su bufete, y no sólo en viajes de ida al asunto y vuelta a casa, sino deteniéndose en la búsqueda de hechos e información pertinentes a cualquier caso en el que estuviera trabajando en esos momentos. Era esa clase de abogado que se desplaza a los diferentes sitios para enterarse personalmente de cómo van las cosas”.

En tiempos en los que lo tecnológico nos desborda, y en los que con un solo “click” puedes contactar fácilmente con terceros vinculados a tu ámbito profesional (clientes, abogados, operadores jurídicos, etc.), es hora de reivindicar la figura del abogado itinerante.

Sí, has leído bien, abogado itinerante, pues el salir de la torre de cristal de nuestros despachos e interactuar con la gente todavía sigue siendo un plus, un valor, o incluso esa milla extra que necesitamos para el éxito de nuestra práctica profesional.

 La actividad a la que me refiero procede de la acción también conocida como «liderazgo itinerante», «mantenerse en contacto» o «salir de la torre de marfil», que consiste en el proceso de dejar el encierro del despacho e interactuar o relacionarse con los clientes, los proveedores y el personal de la empresa. Esta habilidad coincide con el denominado “managing by wandering around” o “gestión mediante paseos”, nombre que Tom Peters y Robert Waterman dieron en 1982 a una novedosa técnica de liderazgo en su libro “En busca de la excelencia”.

De dicha habilidad destacamos las siguientes características:

  • Busca la comunicación social para ganar en conocimiento e influencia.
  • Sus destinatarios son personas de toda categoría profesional vinculadas al mundo del abogado (profesionales, clientes, empleados, proveedores, operadores jurídicos, etc.).
  • Requiere la salida de nuestros despachos.
  • Transmite confianza.

Porque salir del despacho y mezclarse con todas las personas con las que interactuamos durante nuestra práctica nos permitirá acceder a numerosos beneficios:

  • Dispondremos de información de primera mano, actual y fiable, sobre asuntos de nuestro interés, lo que facilitará una adecuada toma de decisiones.
  • No perderemos la perspectiva profesional de lo que “se cuece” en la calle.
  • Nuestro liderazgo se verá reforzado ante nuestros compañeros y empleados, ya que éste no se limitará al conocimiento teórico, sino también al práctico, es decir, sabremos cómo funcionan las cosas ahí fuera tanto o mejor que ellos.
  • No sólo fidelizaremos a nuestros clientes, sino que el contacto informal puede llevarnos a la consecución de nuevos clientes y encargos profesionales.
  • Transmitiremos una imagen positiva de compromiso y responsabilidad con lo que hacemos.
  • Los empleados percibirán el mensaje positivo de que nos estamos tomando interés por ellos, aumentando su confianza y compromiso.
  • Conoceremos el nivel de motivación y satisfacción de los compañeros y empleados.
  • Tendremos más opciones de involucrar a los demás en las metas y objetivos del despacho.

El abogado que sale frecuentemente de su despacho y sabe interactuar se beneficiará de todos y cada uno de los beneficios destacados en el párrafo precedente. Sin embargo, el abogado que no sale de su despacho (salvo por imperativo procesal), también llamado “de laboratorio” es aquel que dedica la mayor parte de su actividad profesional al ejercicio de la abogacía desde su el mismo. Rodeado de sus probetas, matraces y tubos de ensayo (expedientes, libros, programas y software) disfruta enormemente estudiando y resolviendo asuntos desde la seguridad y calidez que le ofrecen las cuatro paredes de su cubículo. Quitarse la figurada bata blanca y salir al exterior para asistir a juicio o resolver alguna diligencia se antoja un verdadero tormento para este profesional, pues la calle es un escenario poco atrayente y demasiado complejo.

Sin embargo, no hemos de olvidar que el derecho no es la obra del legislador sino el producto constante y espontaneo de los hechos y estos, como no podría ser de otra manera, se encuentran en la calle, en la barra de un bar, en un encuentro ocasional o en una conversación provocada por una larga espera. Si queremos estar en contacto con el derecho, no queda otra opción que estar cerca de los hechos, y estos no se encuentran entre las cuatro paredes del despacho, con la excepción de la visita del cliente.

Por lo tanto, aunque la tentación resulte muy alta y la dificultad mayor, el abogado debe evitar en todo punto acomodarse al confort de su despacho y olvidar la importancia que para nuestro crecimiento profesional supone el salir al exterior e interactuar con las personas y los hechos, elementos que conforman la esencia de nuestra profesión.

A modo de ejemplo, durante mis primeros años de ejercicio profesional pasaba  gran parte de mi jornada fuera del despacho: visitaba a los clientes, bien para tratar encargos como para tomar un café; mantenía encuentros con notarios, registradores y otros compañeros con el fin de consultarles las dudas que surgían en los primeros asuntos; visitaba lugares vinculados al caso para conocerlos de primera mano y, como no, frecuentaba las oficinas judiciales y organismos de la administración para consultar expedientes y tener un conocimiento inmediato del estado de los mismos. Naturalmente, mis circunstancias eran completamente distintas a las actuales, lo que me permitía dedicar gran parte de mi jornada a estos quehaceres cuyo denominador común era la posibilidad de interactuar con personas relacionadas con mi profesión más allá de las cuatro paredes de mi modesto despacho. Recuerdo con cariño como un cliente decía que yo era el “tendero del derecho” al presentarme siempre a las puertas de su pequeño establecimiento montado en mi vespa.

Desgraciadamente, la cosa ha cambiado. Todos coincidiremos en que con el transcurso de los años la complejidad de las materias que constituyen nuestra actividad aumenta, y no por pereza, sino más bien por obligación y responsabilidad, los abogados nos vemos condenados a pasar más tiempo encerrados en los despachos y menos en la calle, salvo, claro está, cuando asistimos a los Juzgados en defensa del cliente.

Sin embargo, me resisto a abandonar tan sana costumbre, y cada vez que me siento a establecer mis metas siempre aparece el objetivo de volver a ser un abogado itinerante.