Cuando hablamos de formación en el sector legal nos referimos a una verdadera necesidad para los abogados, bien sean los más jóvenes, necesitados de una formación que les permita adquirir las habilidades necesarias para su desarrollo profesional, como para los más experimentados, que demandan una actualización permanente de sus conocimientos ante un sector cada vez más competitivo.

Por ello, nadie cuestiona que la formación constituye un elemento fundamental para el buen funcionamiento de los despachos de abogados, ya que a través de la misma se logra el objetivo de proveer a la firma de un equipo de profesionales dotados de nuevas y mejores competencias que permitirán a la organización alcanzar sus objetivos colectivos e individuales, por lo que la formación, sea cual sea el tamaño de la aquella, tiene que convertirse en una auténtica prioridad como verdadera opción estratégica que deberá ser implementada con el fin de lograr que el resultado de la formación represente una ventaja competitiva respecto a sus competidores.

No obstante, cuando hablamos de formación de abogados no podemos olvidar que el modelo de ejercicio profesional ha cambiado vertiginosamente en los últimos años, encontrándonos ante un nuevo escenario en el que la apuesta formativa continuada es fundamental, si bien ésta deberá contemplar necesidades diferentes de las tradicionales.

Efectivamente, si tenemos en consideración no solo el vertiginoso proceso de creación legislativa y judicial que vivimos, sino también la necesidad que tienen los abogados de adquirir y desarrollar unas habilidades de gestión empresarial y personal cuya exigencia era impensable hace décadas, lo cierto es que todo profesional, joven o experimentado, está obligado a acceder a una formación permanente.

En tal sentido podríamos distinguir tres áreas formativas:
– Ejercicio de la abogacía como función social: Se tratarían los conocimientos vinculados al ejercicio profesional de la abogacía, en cuando a su función social (ética, deontología, etc.).

– Gestión profesional del despacho: Toda la materia relacionada con la gestión de los despachos, o lo que es lo mismo, el aprendizaje de habilidades de management en sus distintas áreas (estrategia, recursos humanos, proyectos, calidad de prestación de servicios al cliente, etc.) con el fin de garantizar que los abogados puedan dirigir y gestionar sus despachos como empresas de servicios. En este grupo podía incluirse el aprendizaje de habilidades esencialmente humanas como todas las vinculadas a la inteligencia emocional (autoconocimiento, autogestión, empatía, capacidad de relación).

– Formación Jurídica: Actualización de conocimientos jurídicos (que ha venido siendo la formación tradicional), con especial atención a la formación procesal del abogado.

– Y, por último, se encontraría la formación que demanda el mercado internacional fruto de la globalización, destacando el aprendizaje de otros idiomas y aspectos culturales de países que disponen de una formación diferente de la nuestra.

Otro aspecto interesante de la formación a considerar es la figura del formador ya que no todos los abogados dotados de experiencia están capacitados para formar, ni todos los despachos se plantan dicha opción como una prioridad. En mi opinión, para formar adecuadamente hay que tener voluntad clara de hacerlo y, además, servir para ello, es decir, estar preparado. ¿Deben los abogados seniors aprender a ser formadores?

Ello nos lleva a que el despacho debe tener bien inserta en su cultura profesional la idea de que el abogado debe formarse constantemente, principio que debe arrancar de un sentido vocacional de la profesión, teniendo consciencia de que todo profesional que acceda a la abogacía no debe limitarse a adquirir conocimientos teóricos o prácticos, sino que debe recibir una formación relacionada con la forma en que se ejerce la profesión y todos aquellos prácticos que le proporcione las competencias necesarias para su labor.

Para concluir, señalar en la importancia de la autoformación, pues los abogados deben de concienciarse de la necesidad de adquirir conocimientos que difícilmente van a adquirir en los despachos pero que son imprescindibles para el ejercicio de su profesión. Me refiero al aprendizaje de idiomas, la informática y algunos aspectos de la gestión empresarial.

De actuar siguiendo estas pautas, el abogado en general, y muy especialmente las jóvenes promesas y los abogados noveles, conseguirán un bagaje de conocimientos y actitudes que de seguro le serán de gran valor en un futuro no muy lejano o, quizás, para mañana mismo.

Este artículo fue publicado el 2/2/2014 en el periódico digital expansion.com https://www.expansion.com/2014/12/02/juridico/1417547367.html