Desde un nivel estrictamente teórico no debería haber malos clientes en los despachos de abogados. Ello es así, dado que el acceso del cliente, o lo que es lo mismo, la aceptación de su encargo, se produce en un contexto en el cual el abogado tiene la opción de elegir aceptar o no, máxime cuando éste, como hemos adelantado, no sólo debe disponer de unos principios, valores, cultura y objetivos de la firma, que identifiquen con claridad si un determinado cliente se ajusta a dichos parámetros que, en principio, hacen presumir una relación positiva, sino que, además, debe disponer de la habilidad o llamémosle «instinto» para detectar que determinado cliente puede ser problemático para el despacho. Tener malos clientes, por tanto, es una elección.

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