Siguiendo nuestra nueva regla, hoy procedemos a recuperar un post publicado el 28 de septiembre de 2015, y en el que tratamos sobre el carrusel de emociones contradictorias que soporta todo abogado. Probablemente, te verás reflejado/a en esta historia.
«Hoy deseo contaros una doble experiencia que he vivido recientemente y que guarda una estrecha relación tanto con los cambios que la “rueda de la fortuna” puede provocar en el estado de ánimo del abogado, como con el trasfondo de incertidumbre e inseguridad en el que desempeñamos nuestro trabajo.
Hace algo más de una semana, concretamente al final de la jornada matinal del viernes 18, cuando me disponía a marchar del despacho recibí un correo electrónico de mi procurador de Madrid, por lo que volví a sentarme y leí el contenido del mismo: Notificación de sentencia.
Vaya, me dije, la sentencia del asunto J, ¡ya era hora!
Dicha resolución procedía de un asunto de considerable importancia que había sido ganado en ambas instancias por mi cliente y recurrido en casación de adverso, por lo que abrí el archivo adjunto tranquilo y confiado en que el fallo de la sentencia sería desestimatorio del recurso. De hecho, me alegraba por recibir lo que presumía sería una buena noticia.
Sin embargo, cuál fue mi sorpresa cuando comprobé que el fallo, contra todo pronóstico, era de estimación del recurso de casación.
Ya podéis imaginar cómo se me quedó el cuerpo. Tras tres años de trabajo duro para ganar primero un juicio complicadísimo y después ver cómo se confirmaba en la Audiencia este primer éxito, ahora, de golpe todo se venía abajo. Tras hojear el texto de la sentencia, me senté a cavilar y totalmente frustrado me dije “esto es lo que hay” y no hay nada que hacer. Apague el portátil y me marché a casa pensativo y con un enorme malestar. Estudiaría la sentencia durante el fin de semana y el lunes vendría el trago amargo de comunicarle la mala noticia al cliente, con todas las dificultades que ello conllevaría. Luego, pensé, tendría que intervenir, en una posición claramente desventajosa a una posible ejecución, la tasación de costas, etc. Finalmente, con sana envidia, pensé en el éxtasis que estaría sintiendo el compañero adverso.
Vaya, que pasé del cielo al infierno.
Y he aquí que llego el lunes al despacho, contrariado y con las energías aun escasas, cuando recibo a media mañana otro correo de una procuradora sevillana por la que me comunica que la notificación de otra sentencia, esta vez de la Audiencia Provincial. Para colmo era de un asunto recurrido por mi cliente en apelación frente a otra desestimatoria de su demanda.
¡Por favor, – pensé – otra vez no! Y esta vez las opciones de recibir malas noticias eran más probables que en el caso del Tribunal Supremo.
Cerré la puerta del despacho, respiré hondo y abrí el archivo adjunto.
El asunto origen de esta sentencia no era de menos importancia que el anterior, al menos en cuanto al aspecto moral, pues en mi opinión mi cliente había sufrido un verdadero atropello a nivel contractual que no fue reconocido en primera instancia, habiéndose dictado una sentencia desestimatoria con costas (que fue una auténtica sorpresa para mí y para el cliente) Además, estaba convencido que podría lograrse su revocación.
Comencé pues a leer la sentencia detenidamente hasta que el ponente realizaba una serie de consideraciones que podía interpretar como un signo favorable a mi recurso (imagino que muchos compañeros hacen lo mismo, mientras que otros se van directamente al fallo) Tras los primeros párrafos llegaba el apartado definitivo. Aquí podría seguir el texto con la misma tónica positiva o que surgieran los fatídicos “No obstante” o “Sin embargo”… Pero nada, todo seguía favorable hasta que no me lo pensé dos veces y piqué en el ratón del ordenador en busca del fallo…
Estimamos el recurso de apelación interpuesto… ¡y condena a las costas de primera instancia!
Imaginaos ahora lo que sentí cuando comprobé que tras años de trabajo duro recibía la recompensa en la que siempre confié pero que temía nunca llegaría. Imaginaos la alegría de recibir este regalo después de lo acaecido el fin de semana. Y para mayor gratificación, ahora sentiría el placer de poder comunicar a mi cliente (que, el pobre estaba tan ansioso, que cada vez que lo llamaba pensaba que era para comunicarle que ya teníamos sentencia) y decirle que habíamos ganado. Igualmente, esta vez también pensé en el compañero adverso…
Fue como pasar del infierno al cielo.
Ese día tuve que hacer dos llamadas a dos clientes.
Ese día continúe siendo un abogado».